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El sueño igualitario: la utopía concreta de las periferias
Por Pere López Sánchez
Hay barrios, pedazos, de las ciudades que no cuentan. Al no estar en el mapa de la emprendedora competitividad mejor no mirarlos, y si su pasado, su patrimonio, no se presta a la balanza de los beneficios en boga mejor negarles su legado. Nada de geografía ni historia para ellos. Si acaso se les puede glosar como territorios donde crecieron y se marchitaron las flores del mal. Es el destino de las alejadas periferias de los nadie y ninguneados. Su marginación es, sin embargo, expectante. En algún momento, amparada en algún acontecimiento o empujada por el proceso «de destrucción creativa», puede aparecer cualquier medicina social prodiga en enmendar los estropicios del «desarrollo geográfico desigual» o dispuesta a calmar los estallidos de alarma social.
Ocurrió así en 1929. Por una Exposición Internacional, se dispuso que en la montaña de Montjuïc se construyeran, para ennoblecer la Gran Barcelona, palacios y pabellones, paseos, jardines y fuentes. A la par, era el contrapunto, se procedió a la destrucción de la barracópolis que por aquel sector se expandía. En las páginas de la prensa obrera de la época ya se escribía que aquel «acontecimiento fue el factor decisivo para que fueran derribadas aquellas barracas (tugurios de hojalata y mal ajustada madera incrustados en plena rampa montañosa), por constituir éstas un lunar o un borrón dentro de la espectacularidad opulenta del brillante certamen».
De la proyección de aquellas Casas Baratas se encargó un Patronato de la Habitación de Barcelona en cuya junta, nada benéfica, y presidida por el gobernador civil y comisario regio Joaquín Milans del Bosch, concurrían representantes de las distintas administraciones y de las instituciones económicas y sociales. De la gestión se encargó la empresa Fomento de la Vivienda Popular SA, constituida —aun con ese nombre— principalmente por banqueros. Las obras corrieron a cargo de otro Fomento, el de Construcciones y Contratas. De aquellos negocios, que se han alardeado como antesala de la política municipal en materia de vivienda, también se beneficiaron las propietarias de los solares.
En Rastros de rostros, sin embargo, se ha tratado de seguir la estela de quienes dieron vida a las Casas Baratas de Can Tunis. Sus moradores aunque fueran tildados —estigmatizados— de «jornaleros, inmigrantes y analfabetos» (o incluso, de “obreros, anarquistas y pistoleros”), se destacaron por cultivar en el día a día la lucha por la «mejora material y moral» mientras alumbraban su sueño igualitario de la emancipación. Ellas y ellos, como otros en parecidos parajes en situaciones y condiciones similares, fueron los protagonistas del montón que derrotaron, primero, a un golpe militar y después, raudos, se pusieron a faenar por la revolución social. Suya fue aquella utopía concreta que parece que no existió —dijeron y siguen diciendo algunos, por más que sean tiempos de la denominada «recuperación de la memoria histórica»—pero que marcó el calendario de aquellos años.
Las gentes de aquella barriada estaban muy lejos de la ciudad de los prodigios. En aquellas casas que «de baratas no tenían nada» el «cuadro era desgarrador», decían, y llevados por sus «ansias de emancipación y de reivindicación», pronto decidieron constituir su «Ateneo Cultural de Defensa Obrera». Lo hicieron el domingo 4 de mayo de 1930, y al mes también pusieron en funcionamiento una sucursal de la CNT. Al cabo de un año declararon una huelga de alquileres. El encono y duración de la huelga topó, como era de esperar, con la habitual represión. Se multiplicaron las demandas y ejecuciones de desahucio, se suspendieron mítines y asambleas, se procedió a detenciones gubernativas, se cortó el suministro del agua, se quitaron contadores de la luz, y padecieron —en dos ocasiones— el asalto policial de la barriada. También se significaron por su compromiso con la Organización Sanitaria Obrera —una mutua que contaba ya con la especialidad de medicina naturista y homeopatía—. Fueron igualmente protagonistas de otras muchas luchas en el terreno laboral.
Con aquel bagaje a cuestas participaron activamente en los acontecimientos que se desencadenaron a partir del 19 de julio de 1936. En la barriada formaron su propio Comité Revolucionario y desde él se entregaron a las colectivizaciones: la agrícola, la de abastos y a la Administración Popular Urbana y a las de la industria del entorno que cambiaron la vida del vecindario. También marcharon al frente de Aragón como milicianos y milicianas en las columnas confederales.
Después vino la derrota: la larga y silenciada noche negra de los vencidos entre los vencidos. Estampida al sin futuro en tierra de nadie, suplicios carcelarios aquí y allá, pelotones de fusilamiento, campos de concentración, crematorios en los campos de exterminio nazis, castigos en los gulags… Ni aun así renegaron ni se doblegaron. Algunos, con la cabeza bien alta, prosiguieron su andadura insumisa y se mantuvieron activos en la brega social.
¿Historia del pasado? Aquellos hombres y mujeres sin renombre, asociándose directamente, plantaron cara a la explotación que padecían, pararon desahucios, se enfrentaron a «la crisis de trabajo, la carestía de la vivienda, el alza escandalosa y criminal de las subsistencias y el vestido». Pero también, al mismo tiempo, empapados de su cultura obrera y libertaria llevaron a la práctica experiencias de sociedad alternativa. Sus rastros, quizás, nos valgan para nuestro presente que a ratos se parece demasiado a su ayer.
Artículo publicado en GeocritiQ, el 15/10/2013
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