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Murray Bookchin, ecología o barbarie

 

 

Por Benjamín Fernández (Sociólogo y periodista. logiesociale.ch)

El 6 de enero de 2014, los cantones de Rojava, en el Kurdistán sirio, se confederaron como comunas autónomas. Adoptaron un contrato social que establece una democracia directa y una gestión igualitaria de los recursos sobre la base de asambleas populares. Al leer la prolífica obra de Murray Bookchin y al mantener intercambios con éste desde su celda turca, donde cumple condena a cadena perpetua, el jefe histórico del movimiento kurdo, Abdullah Öcalan, hizo que el Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK) diera un importante giro ideológico para superar el marxismo-leninismo de los primeros tiempos. El proyecto internacionalista de “confederalismo democrático” adoptado por el PKK en 2005, y después por su homólogo sirio, el Partido de la Unión Democrática (PYD), tiene como objetivo reunir a los pueblos de Oriente Próximo en una confederación de comunas democrática, multicultural y ecológica.

Nacido en 1921 de padres judíos, rusos y revolucionarios que emigraron a Nueva York, Bookchin creció en el Bronx, entonces hervidero de las luchas obreras estadounidenses. Tras haberse sumado muy joven a las filas comunistas, las cuales abandonó en 1936 –al inicio de la Guerra Civil española–, militó al mismo tiempo en el Congreso de las Organizaciones Industriales (CIO) y en el Congreso por la Igualdad Racial (CORE). Obrero de la industria automotriz (sobre todo durante la gran huelga de General Motors en 1945), este autodidacta comenzó más tarde a impartir clases de Sociología en el Ramapo College (Nueva Jersey). Murió el 30 de julio de 2006, dejando una veintena de libros y varios centenares de artículos.

Ecologista radical y visionario, propuso la idea según la cual la irracionalidad del capitalismo y su debilidad fatal no residirían, tal y como afirmaba Karl Marx, en su ineluctable propensión a la autodestrucción, sino en su conflicto con el medio ambiente, en su lógica de crecimiento que destruye al mismo tiempo la naturaleza y la salud humana (1). En 1964, su panfleto “Ecología y pensamiento revolucionario” estableció la idea fundadora de la ecología social: “La obligación de dominar la naturaleza que se le impone al hombre se desprende directamente de la dominación del hombre por el hombre” (2) –que incluye tanto la dominación de género, de etnia y de raza como la dominación de clase–. De ahí surgió una propuesta con valor de programa: sólo la ecología social radical puede conducir a superar el capitalismo (3). Y, recíprocamente, una revolución social le parecía a Bookchin la clave del cambio ecológico. A partir de 1965 empezó a preocuparse por el riesgo del calentamiento global y de sus consecuencias en los equilibrios naturales y sociales.

Frente a una ciencia ideológicamente construida sobre una “imagen rigurosamente reaccionaria” (4) de la naturaleza, que privilegia el relato de la competición y de la explotación de los recursos para la supervivencia, Bookchin propone una comprensión racional del mundo natural “creativo, cooperativo, fecundo”, como base de la ética de la libertad. El espíritu jerárquico que “define al otro en términos de superioridad o de inferioridad –promete– será reemplazado por un acercamiento ecológico de la diversidad”.

En 1971, la publicación de la antología Post-Scarcity Anarchism (“El anarquismo después de la escasez”) elevó a Bookchin al rango de figura clave de la escena radical neoyorquina y le confirió audiencia entre la Nueva Izquierda estadounidense. En ésta afirma que la abundancia de riquezas creada por la tecnología ofrece la posibilidad histórica de una “realización de las potencialidades sociales y culturales” (5) de la humanidad. Algunas tecnologías liberadoras, descentralizadas y ecológicas podrían permitir la transición de la urbanización capitalista hacia la auténtica ciudad democrática.


El sujeto revolucionario es el ciudadano


Bookchin insiste en la necesidad de responder a los desafíos ecológicos en vez de organizar a la clase obrera. Según él, el sujeto revolucionario es el ciudadano dominado, no el trabajador explotado. Redefine el anarquismo como una solución ética y social para los jóvenes que quieren no ser movidos por una vanguardia, según el esquema marxista-leninista, sino emanciparse de los “valores de jerarquía y de dominación” –de los que el marxismo no está exento–. Sin embargo, sus posiciones sobre la tecnología lo alejan de los movimientos de la contracultura, decididamente tecnófobos.

Se opone al “medioambientalismo”, ese “capitalismo verde” (6) que insiste en ver el mundo natural como un yacimiento de recursos explotables. También formula una crítica de la “ecología profunda”, en la cual ve “indicios inquietantes” de autoritarismo (7). Uno de los heraldos de esta corriente, el biólogo estadounidense Paul Ehrlich, afirma que lo que amenaza la biosfera es la superpoblación (The Population Bomb, 1968) y aboga por la “obligación” de limitar los nacimientos. Desde su punto de vista, la crisis ecológica es el resultado de relaciones sociales dominadas por la jerarquía y por el capitalismo. Una minoría consigue acaparar y agotar los recursos. Por esa razón, según él, era importante evitar por todos los medios que el movimiento ecologista se convirtiera en el perro guardián de la elite de los negocios, luchando contra los discursos moralizadores dirigidos a las clases pobres.

Los obreros y los negros no estarían del todo equivocados, según él, al denunciar al movimiento ecologista como una “conspiración de blancos privilegiados y elitistas”, puesto que los verdaderos responsables del derroche son los “dirigentes de los grandes conglomerados”. En 1971, Bookchin abandonó Nueva York y se instaló en Burlington (Vermont), que era entonces el centro del Movimiento de las Comunas Free Vermont; el pensamiento radical estadounidense se gestaba en la “Arcadia de Vermont”. Fundó en 1976 el Instituto de Ecología Social, que iniciaría a los estudiantes tanto en la agricultura biológica y en las energías renovables como en la teoría social radical y en la historia revolucionaria –un centro de enseñanza alternativo del cual surgieron varios movimientos, entre los que se encuentra el ecofeminismo de Ynestra King–. Llevó a cabo, junto a los Burlington Greens, varias campañas de concienciación ecologista y presentó un programa de democratización de las instituciones municipales en las elecciones municipales. El grupo obligó al alcalde de Burlington, un tal Bernie Sanders, a tener en cuenta realmente a las asambleas de barrio y a renunciar a varios grandes proyectos, como la construcción de una central eléctrica o un proyecto inmobiliario en las orillas del lago Champlain.

En este torbellino de experiencias, Bookchin elaboró un programa político para la ecología social: el “municipalismo libertario” (8), un proyecto de “democracia comunal directa que se extenderá gradualmente bajo formas confederales” (9). Los militantes eran invitados a trabajar en una “reconstrucción radical” de las instituciones locales desde abajo, a crear y a institucionalizar asambleas ciudadanas, “formas de libertad” lo suficientemente fuertes como para suprimir el capitalismo y lo suficientemente legítimas como para impedir cualquier forma de tiranía. Tenían también como objetivo presentarse como candidatos en las elecciones municipales, municipalizar la economía y confederarse con otras comunidades para formar un poder alternativo y “oponerse a la centralización del poder del Estado nación”. A partir de 1977, Bookchin desempeñó un papel preponderante en la organización del movimiento antinuclear Clamshell Alliance y dio vida –junto a su fundador, Howie Hawkins– a una red de la izquierda ecologista, la Left Green Network.

En esa época, Bookchin conoció a los dirigentes de los Verdes alemanes (Die Grünen), que ganaron en 1983 veintisiete escaños en el Bundestag. Les advirtió de la normalización de los partidos verdes y apoyó a Jutta Ditfurth, quien en 1989 sería apartada a favor de Joschka Fischer, que promovió una alianza con el Partido Socialdemócrata (SPD) –la “coalición rojiverde” que estuvo en el poder de 1998 a 2005–. Para gran decepción de Bookchin, la renuncia de los ecologistas a su programa les condujo al fracaso (10).


Municipalismo contra Estado

Los anarquistas, pensaba Bookchin, son propensos a aceptar sin grandes dificultades el municipalismo libertario, una federación de comunas autónomas, siguiendo la tradición de Pierre-Joseph Proudhon, Mijaíl Bakunin, Piotr Kropotkin o Néstor Majnó. En 1984 lo invitaron al encuentro internacional “Ciao anarchici” en Venecia. Janet Biehl, su compañera durante veinte años y quien escribió su biografía, cuenta cómo subió al estrado vestido con un uniforme de trabajo verde, con lápices de mecánico en el bolsillo de la camisa: “Les dijo: ‘Los movimientos feministas, ecologistas y comunalistas deben crear comunidades humanas descentralizadas adaptadas a sus ecosistemas. Deben democratizar los pueblos y las ciudades, confederarlos y crear un poder dual contra el Estado’” (11).

La reunión resultó catastrófica. Se le objetó que los Gobiernos municipales son Estados nación en miniatura; los consejos de ciudadanos, pequeños Parlamentos. Los participantes rechazaban el principio de la votación por mayoría, asociada a la tiranía del mayor número. Así pues, Bookchin sacó la conclusión de que el anarquismo es intrínsecamente incompatible con el socialismo. Al defender la soberanía de la persona y no del pueblo, los anarquistas de su época se conformaban, según éste, con una simple radicalidad “de estilo de vida” (12).

Decidió retirarse de la política. A partir de entonces se dedicó a estudiar los movimientos revolucionarios, desde las revueltas de esclavos en el Mediterráneo Antiguo hasta la participación de los anarquistas en la Guerra Civil española de 1936, pasando por la Comuna de París; la historia de las “formas de libertad” que disputan su hegemonía al Estado nación (13). Aunque la revolución socialista no llegó mediante la toma del poder del Estado ni desde los márgenes de la sociedad, existe una tercera vía: plantearla “en un campo donde la batalla pueda movilizar al pueblo, ayudarle a educarse a sí mismo y a desarrollar una política antiautoritaria que crearía una nueva esfera pública contra el Estado y contra el capitalismo” (14). Su nombre: “comunalismo”. Se entiende que semejante definición de la lucha política pueda hoy movilizar a los militantes a favor de la autonomía del Kurdistán, divididos entre cuatro países, objetivo de los asaltos del Estado turco y en primera fila en la guerra contra la Organización del Estado Islámico (OEI).


“Confederalismo democrático”


Al seguir los principios del “confederalismo democrático” promovido por Öcalan, los cantones de Djezîrê, Kobane y Afrin se dotaron de una estructura administrativa federal que reagrupa a los delegados de los consejos populares (las “casas del pueblo”), asignados por las asambleas comunales. La federación se encarga de las comisiones para la defensa, la sanidad, la educación, el trabajo y los asuntos sociales. Cada consejo gestiona los recursos agrícolas y energéticos (el cantón de Rojava es rico en petróleo, pero no lo puede exportar debido al embargo) de manera autónoma, cooperativa y ecológica (15).

En el Kurdistán del Norte turco, el Congreso por una Sociedad Democrática (DTK) agrupa desde 2010 a los consejos que vienen de las ciudades, de los distritos y de otras circunscripciones de la región. Quinientos un delegados ejercen sus funciones en el consejo. Entre ellos, el 60% proviene directamente de la sociedad y el 40% está compuesto por representantes electos provenientes de las instituciones oficiales del Gobierno. El DTK, que se propone como un “consejo de consejos”, acoge también a representantes de las comunidades armenia, aramea, yazidí, aleví y turcomana que huyen de los conflictos. Bookchin renunció a la política, pero la traducción de sus obras permitió la difusión de sus ideas. En 1999, durante las manifestaciones de Seattle contra la Organización Mundial del Comercio (OMC), algunos activistas del movimiento altermundista lo invitaron a dar una conferencia. Sin embargo, él expresó su escepticismo con respecto a los grupos anarquistas violentos que proclamaban la revolución o los círculos de afinidades en Internet que quedaban lejos de construir “formas de libertad”, instituciones alternativas permanentes y estables, como las asambleas ciudadanas. En los años 1970, las movilizaciones efímeras contra la Guerra de Vietnam le convencieron de que las manifestaciones, por muy importantes que sean, no pueden crear por sí mismas una emancipación social, dado que las “ofensivas de primavera” raramente van más allá de las “vacaciones de verano” (16).

Los movimientos de asambleas ciudadanas, en los que se expresa la creciente demanda de democracia directa, le dan al programa de Bookchin una nueva resonancia. Han conllevado la reedición de sus libros y de sus artículos, entre los que se encuentra una antología publicada en Estados Unidos con un título elocuente: The Next Revolution (“La siguiente revolución”). “De los barrios de la Comuna de París a las asambleas generales de Occupy Wall Street y otros lugares –se puede leer en la introducción–, estos consejos democráticos autoorganizados recorren la historia como un hilo conductor” (17). La obra elogia, elevándolo a precursor, a este “experto en revolución no violenta” y ve en su proyecto “una política para el siglo XXI”.

¿Estaría satisfecho con la ocupación democrática de las plazas? Militante incansable y crítico sin concesiones, anticipó algunos problemas a los cuales se enfrentan estos movimientos: las dificultades inherentes a la práctica del consenso, o la idea de que las acampadas pueden hacer de poder popular. Para crear una verdadera fuerza política, estos movimientos deben, según Bookchin, estar institucionalizados en asambleas locales dentro de comunidades en los barrios y en los pueblos. Por otra parte, no está claro que estos movimientos reúnan la radicalidad de las propuestas de Bookchin. ¿Cómo garantizar la seguridad de las comunas, entre otras cosas, en su ineluctable enfrentamiento con el Estado y con el sistema capitalista? Bookchin pensaba que haría falta una “milicia popular” para “defender por las armas, si fuera necesario, la economía municipalizada”, basándose en el modelo de los ciudadanos-soldados atenienses (los hoplitas), de la Makhnovchtchina –el Ejército Revolucionario Insurreccional de Ucrania (1918-1921) de Majnó– o de las milicias de obreros y campesinos anarquistas en Cataluña en 1937.

Tras su muerte, durante los diez años que fueron necesarios para escribir su biografía, Janet Biehl –desde entonces figura principal de la ecología social– se distanció del antiestatismo intransigente de su ex mentor. Sin el marco del Estado nación, ¿cómo –se cuestiona– “corregir las injusticias sociales y defender los derechos civiles”, limitar el calentamiento global o incluso asegurar la seguridad social? ¿Se puede estar seguro de que las comunas serán un lugar de racionalidad democrática, igualitaria y ecológica, mientras que –destaca– “algunas localidades, como en el sur de Estados Unidos, son reaccionarias” o mientras que otras se oponen a la acción medioambiental y “sólo se involucran si el Gobierno federal las fuerza a ello”? (18).

Bookchin pensaba que estos problemas se resolverían con la práctica. Aunque considerado a menudo utópico, demasiado radical o demasiado crítico por sus contemporáneos, consagró su vida, tal y como demuestra Biehl, a “encarnar el ideal de la izquierda: democrática, racional, laica, no jerárquica, libertaria y ecológica. Era internacionalista y antimilitarista. Era teóricamente coherente. Era humano y ético. Ante todo, era socialista”. El ser humano, creía éste, merecía la libertad que valoraba y una vida decente. Por lo tanto, era demasiado inteligente para no vivir en una sociedad racional.



(1) Véase Lucien Sève, “Salvar el género humano, no únicamente el planeta”, Le Monde diplomatique en español, diciembre de 2011.
(2) Murray Bookchin, Murray Bookchin, Post-Scarcity Anarchism, Ramparts Press, San Francisco, 1971.
(3) Murray Bookchin, Qu’est-ce que l’écologie sociale?, Atelier de création libertaire, Lyon, 2012.
(4) Murray Bookchin, Por una sociedad ecológica, Gustavo Gili, Barcelona, 1978.
(5) Murray Bookchin, Post-Scarcity Anarchism, op. cit.
(6) Vincent Gerber y Floréal Romero, Murray Bookchin. Pour une écologie sociale et radicale, Le Passager clandestin, col. “Les précurseurs de la décroissance”, Neuvy-en-Champagne, 2014.
(7) Citado en Janet Biehl, Ecology or Catastrophe: The Life of Murray Bookchin, Oxford University Press, 2015.
(8) Janet Biehl y Murray Bookchin, Municipalismo libertario. Las políticas de la ecología social, Virus, Barcelona, 2015.
(9) Murray Bookchin, From Urbanization to Cities: Toward a New Politics of Citizenship, Cassell, Londres, 1995. (10) Véase Olivier Cyran, “En el laboratorio de la ‘ecoburguesía’”, Le Monde diplomatique en español, septiembre de 2011.
(11) Janet Biehl, Ecology or Catastrophe, op. cit.
(12) Murray Bookchin, Social Anarchism or Lifestyle Anarchism: An Unbridgeable Chasm, AK Press, Chico (California), 1995.
(13) Murray Bookchin, Third Revolution: Popular Movements in the Revolutionary Era, dos tomos, Cassell, Londres y Nueva York, 1996 y 1998.
(14) Citado en Janet Biehl, “Bookchin breaks with anarchism”, 2007, https://theanarchistlibrary.org (15) Cf. “Janet Biehl / David Graeber: impressions et réflexions du Rojava”, 3 de enero de 2015, www.ecologiesociale.ch.
 (16) Murray Bookchin, “Spring offensives and summer vacations”, Anarchos, junio de 1972.
(17) Murray Bookchin, The Next Revolution: Popular Assemblies and the Promise of Direct Democracy, Verso, Nueva York, 2015.
(18) Janet Biehl, Ecology or Catastrophe, op. cit.





Reseña publicada en Le Monde Diplomatique en julio de 2016 al hilo de la publicación en inglés de Ecology or catastrophe.

 

 

 

 

 

 

19/05/2017 14:49:23
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