Fue uno de tantos, o mejor, uno de muchos, aunque la suya fue una experiencia más que completa. Este es el relato personal de los primeros treinta y nueve años de la vida de Lluís Martí Bielsa, uno de los escasos supervivientes de la Guerra Civil que hoy sobrepasa los noventa. Una vida que ha atravesado una época trágica: la de la guerra civil española, el triunfo del fascismo y la represión de posguerra, además del apogeo –con derrota final– del nazismo.

Un relato que da inicio en su infancia más temprana, cuando después de ir a la escuela iba a la playa para echar una mano a los pescadores y llevar algo de pescado a la mesa familiar; hizo de monaguillo, trabajó como aprendiz del taller del barrio y, al estallar la guerra, formó parte, siendo muy joven, de la Guardia de asalto republicana.

Aquí empieza una parte esencial de su biografía: Martí Bielsa ingresó en el ejército republicano muy joven y estuvo en el frente. Tras la derrota hizo el trayecto a pie hacia el sur de Francia. Allí se internaba a los exiliados en el campo de refugiados (por no decir de concentración) de Argelès. Estuvo allí y pasó a otros campos. Salió de ellos solo para conocer la dura vida rural en las compañías francesas de trabajadores españoles. Invadida Francia, pasó a ser ajustador mecánico bajo las órdenes del ejército nazi y participó en la resistencia.

Tras la victoria contra el nazismo cruzó de nuevo y a pie los Pirineos cargado con una impresora para formar parte de una célula clandestina del partido comunista en Barcelona. Detenido, torturado, encarcelado en los penales de Burgos y Ocaña, y en libertad provisional tras unos años, finalmente fue desterrado al pueblo de Montblanc. Allí abandonó definitivamente la lucha clandestina.