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Carta de despedida de Ramón Fernández Durán

 

Después de recaer por segunda ocasión en una dura enfermedad, Ramón Fernández Durán decidió hace unas semanas abandonar el tratamiento para despedirse de la mejor manera posible de la vida y de sus gente querida. En la siguiente carta, cargada de lucidez, explica las razones de su decisión. Por su dimensión no la podemos reproducir entera, pero al final del extracto que publicamos os ofrecemos el enlace a su versión completa.



“Morir no es sólo un instante, el cese de las funciones vitales sobre el que no podemos actuar, sino un proceso de afrontamiento de la finitud y de la fragilidad de la vida, de adaptación a la vulnerabilidad, de desapego de este mundo, al fin y al cabo el único que conocemos. Para morir en paz es necesario transitar este duro camino con tranquilidad. Es difícil, pero es posible. No se trata de pelearse contra el destino, ni de resignarse sin más a “lo que tenga que ser”, sino de trascender, vivir conscientes el tiempo de vida que queda”

Fernando Marín, médico de la Asociación por el Derecho a una Muerte Digna (DMD)



Querid@s tod@s: os había prometido una carta de despedida, sobre todo después de la gran cantidad de correos tan bonitos y cariñosos que he recibido de vuestra parte, que no os he  podido responder individualmente, y aquí me pongo a ello sin saber muy bien cómo saldrá. He estado pensando mucho estos días en qué es lo que quería decir. Me venía a la mente (y al corazón) un montón de cosas, y bueno, no sé, espero poder ordenarlas mínimamente y que cobren sentido al contarlas.

El por qué y el cómo decidí abandonar el tratamiento de “quimio”

Os conté en mi anterior escrito colectivo que habían decidido darme dos tandas de sesiones de quimio, en total 18 sesiones semanales, con un descanso a la mitad para ver cómo progresaba. Había puesto una esperanza razonable en ese tratamiento, pensando también que podía contribuir personalmente en el proceso de sanación a través de técnicas de control mental e inteligencia emocional, como hice la otra vez, hace ahora más de siete años. Y, además, pensaba acompañar el tratamiento oncológico de la medicina oficial con un tratamiento homeopático, apoyado por mi buena amiga Gloria, para intentar paliar los efectos colaterales más negativos de la “quimio”. Como hice igualmente la otra vez, y que me dio tan buen resultado. De todas maneras, yo percibía que esta vez iba a ser distinto, pues soy bastante más mayor que entonces, y estaba bastante más débil que en aquella época, debido a mis crecientes dificultades para ingerir alimentos. Cuando iba a empezar la “quimio” llevaba varias semanas que tenía que comer todo triturado, y aún así me costaba mucho tragar. Lo cual hacía que hubiera perdido bastante peso.

Tras la primera sesión de “quimio” (¡de doce horas!), la más dura (una de cada tres serían así), salí bastante contento, pues llegué con mucho ánimo a casa y poco afectado, al principio. Los tres o cuatro días siguientes trascurrieron relativamente bien, aunque veía que los efectos de la “quimio” iban in crescendo. Pero cuando quedaba un día para la segunda sesión, de repente me dio un bajón brutal, y pensé que en esas condiciones no iba a poder soportar una nueva sesión. Fui al hospital (ya en silla de ruedas) para ver a la oncóloga, por cierto muy maja, y ella misma me dijo que íbamos a aplazar unos días la administración de la nueva sesión, pues me veía muy débil, y que prefería ingresarme en el hospital, enviándome directamente a urgencias. Ese día ya empecé a pensar si no era mejor tirar la toalla, y abandonar la “quimio”. Me veía incapaz de soportar 18 sesiones de “quimio”. Si en el primer asalto había quedado hecho unos verdaderos zorros, cómo iba a estar tras 18 asaltos. Pues knock out, y sin poder llegar seguramente al final. Y total para qué, para ganar un poco más de tiempo en el reloj de arena de la vida, si es que el tratamiento era efectivo, pero a costa de tener que atravesar un suplicio, que para nada me compensaba.

Esa misma noche, bueno ya de madrugada, cuando me llevaban a la planta en la que iba a estar hospitalizado para recuperarme, iba pensando en todo eso, después de haber estado varias horas en Urgencias. Y en ese momento lo vi claro, y pensé que no valía la pena. Yo no quería algo así. Quiero vivir el tiempo que me quede, mejor dicho el que yo decida, con la mayor calidad de vida posible, dentro de un orden, para poder hacer las cosas que quiero. Entre ellas terminar algunos temas pendientes, pero también poder disfrutar de la vida, sobre todo con Ana, hacer quizás alguna escapada al cine con los amigos, darme paseos diarios, y algún extra más que luego os cuento, pero sobre todo tener tiempo para preparar la salida de este mundo en las mejores condiciones posibles, para mi y para la gente más cercana, dedicando también tiempo a despedirme de los amigos más próximos. Pensaba que no le tenía miedo a la muerte, pues es un tema que llevo pensando sobre él muchos años. Siempre había deseado poder decidir cuándo era el momento oportuno para dar ese paso, y pensaba que era el último acto de libertad y dignidad que debe tener una persona. Nunca había pensado alargar inútilmente la vida, y sobre todo en condiciones de cada vez mayor dependencia y precariedad de calidad de vida. ¡Para qué vivir así! La verdad es que no me compensaba en absoluto.

Comunicando la decisión a mis seres más queridos

Una vez tomada la decisión por mi parte el asunto era comunicarla de la mejor manera posible a aquellos que más quiero. A la primera a la que se lo comenté, por supuesto, al día siguiente (pues todos estos pensamientos los tuve de madrugada) fue a Ana. Ya le había adelantado el día anterior a ella y a una hermana muy cercana, que estaba pensando en tirar la toalla, pero había sido de pasada. De todas formas, cuando se lo comenté no le cayó de sorpresa total, pues habíamos hablado en las últimas semanas sobre estos temas. Pero en cualquier caso, fue un palo para ella, aunque me dijo que lo entendía perfectamente y que me iba a apoyar en todo lo que decidiera. Fueron momentos muy emotivos, como os podréis imaginar, pero también muy bonitos, que nunca olvidaré. Luego, se lo fui comunicando a mis hermanos, que como creo que os dije somos siete, bastante distintos, pero con una estupenda relación de respeto y cariño entre todos. Lo fui haciendo paulatinamente. Primero a mi hermana, Tito, la más cercana (aunque  todos somos una piña), a la que ya le había adelantado algo el día anterior. Le afectó mucho también, pero me dijo que me apoyaba, aunque me expresaba también que necesitaba algo de tiempo para asimilarlo. Se ofrecía también a avanzar algo sobre mi decisión al resto de los hermanos, para que cuando vinieran a verme para comentárselo yo personalmente ya estuvieran mínimamente informados. Lo cual creo que fue muy importante, pues ella tiene una habilidad especial para contar las cosas, sobre todo de este tipo. Los siguientes a los que se lo manifesté fue a mi hermana Reyes y a José Mari, mi cuñado, en cuya casa estamos viviendo Ana y yo desde poco antes de empezar la “quimio”. Me parecía de rigor, pues, además, una de las decisiones que había tomado era que quería morir en casa, no en un hospital, y más en concreto en su casa, si lo veían bien; pues es donde estamos viviendo ahora y además me parecía el mejor lugar en estos momentos para dar ese paso. Lo entendieron perfectamente (algo ya les había adelantado Tito) y es más, ellos se ofrecieron para que pudiera hacerlo en su casa sin ningún problema. Son sumamente acogedores, y para mi fue estupendo que ellos lo vieran con esa naturalidad, siendo un tema que les va a implicar mucho emocionalmente. Luego lo fui hablando con el resto de hermanos (Chiruca, Lolita, Chita y José Andrés), que aunque algo noqueados al principio, lo entendieron también y me trasmitieron que me apoyarían. Ellos mismos se lo trasladarían igualmente a mis 21 sobrinos, ya todos mayores y padres y madres muchos de ellos (¡tengo 27 sobrinos nietos!), para decirles lo que había decidido el tío Ramón. Yo les quiero mucho a todos ellos, pero prefería que se lo comentaran sus padres.

Perfilando como quería dar el paso de dejar de estar aquí

Como os podréis imaginar fueron unos días superintensos y emotivos. Además, sobre la marcha iba decidiendo la forma de cómo me apetecía hacerlo, lo que también fui comunicando a mis seres más queridos. Primero, quería ponerme en manos de la Asociación por el Derecho a una Muerte Digna (DMD), que preside el doctor Luis Montes, de la que me había hecho miembro hace algunas semanas, y con los que ya había hablado de este tema en general. Ellos me proporcionarían la forma de tener una muerte  indolora para mi y lo más discreta posible para la gente más querida y cercana que quiero que me acompañe en esos momentos. Asimismo, no quería que me llevaran a un tanatorio, una vez fallecido. No me gustan nada los tanatorios, me parecen algo de lo más frío e impersonal. Pensaba que a donde me gustaría ir sería a un sitio cálido para mí, como la sede de Ecologistas en Acción. La organización de la que soy miembro desde hace muchos años (antes de que se conformara su existencia, en 1998, pues procede de la confluencia de distintos grupos ecologistas, entre ellos Aedenat, en donde participé también desde el principio). Pero, bueno, eso era lo que yo quería, pero indudablemente tenía que proponérselo a mis compañeros y compañeras, por si lo veían conveniente y querían acoger el féretro. De allí, me imaginaba, saldría también la comitiva, al día siguiente para proceder a la incineración. La opción preferida por mi en estos momentos, pues además mi cuerpo está muy deteriorado, lo estará más en unas semanas, cuando dé ese paso, y prefería no donarlo con fines médicos. Además, como ya os había avanzado en la nota que distribuyeron hace unos días Josi y Luis (los dos amigos que están coordinando las redes de información sobre mi estado de salud, y con los que hablé también después de hacerlo con mis hermanos), lo que quiero que se haga con mis cenizas es echarlas al viento desde la Peña Sancho, en Pelegrina, y que ese acto sea una ocasión para el encuentro colectivo y la fiesta, pues la vida sigue, y es muy bella. Desde aquí, un montón de gracias a Josi y Luis por el trabajo que hacen [carta completa]
 

13/04/2011 10:09:37
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