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El capitalismo y los límites de la capacidad de regeneración de la biosfera

Por Salvador López Arnal

Una introducción, nueve capítulos y una bibliografía documentada donde algunas referencias son claro indicio de los anclajes intelectuales y políticos de Ramón Fernández Durán (Naredo es referencia destacada) componen El Antropoceno, parte de un libro del autor sobre la crisis del capitalismo global y el previsible colapso civilizatorio, “vistos a partir de una amplia perspectiva histórica, en el que se hace una especial reflexión sobre la crisis energética mundial”.

La tesis central del libro puede ser expuesta en los términos siguientes: hemos pasado en el siglo XX de un mundo vacío a un mundo lleno. Estamos en una verdadera mutación histórica, en una nueva era geológica, el antropoceno, que sería, en palabras de RFD, “una nueva época de la Tierra, consecuencia del despliegue del sistema urbano-agro-industrial escala global, que se da junto con un incremento poblacional mundial sin parangón histórico” (p. 9). Todo ha actuado, está actuando, como una verdadera y temible fuerza geológica con enormes y casi inconmensurables implicaciones ambientales. El Holoceno, la etapa histórica que se abre con la invención de la agricultura, nuestros últimos 12.000 años, está tocando a su fin. El trecho interglacial que ha definido este período ha terminado y entramos ahora en una nueva era histórica que, a diferencia de las anteriores, estaría marcada por la decisiva influencia de la especie humana en el planeta.

En absoluto cegado por ningún ecologismo globalizador que pierda matices y diferencias sociales e históricas, Ramón Fernández Durán no deja de señalar inmediatamente que no es toda la especie humana, sin más matices, la que así actúa sino una parte “cada vez más importante de la misma que se ve impulsada y condicionada por un sistema, el actual capitalismo global, fuertemente estratificado y con muy diferentes responsabilidades e impactos en de sus distintas sociedades e individuos, que ha logrado alterar por primea vez en la Historia el sistema ecológico y geomorfológico global” (p. 10). Matiz es concepto, dijo uno de los primeros pensadores ecologistas hispánicos.

No sólo es -RFD no deja de insistir y argumentar sobre ello a lo largo del libro- el funcionamiento del clima, que también, o la complejidad y magnitud de la biodiversidad planetaria, sino el propio paisaje, el propio territorio: el sistema urbano-agro-industrial se ha convertido en la principal fuerza geomorfológica, “una tremenda fuerza de carácter antropogénico, activada y amplificad por un sistema que se basa en el crecimiento y acumulación (dineraria) “sin fin”. Y sus impactos durarán siglos o milenios, y condicionarán cualquier evolución urbana” (p. 10). El sistema urbano-agro-industrial pone anualmente en movimiento un tonelaje de materias primas muy superior al de cualquier fuerza geológica.

A la expansión irresponsable de la industria química dedicada RFD también páginas luminosas. No sólo es el estallido de la producción de plásticos, difíciles de tratar y reciclar, sino la enorme variedad de sustancias sintéticas de carácter tóxico y persistente. En la actualidad, recuerda RFD, “circulan libremente por el mundo unas 140.000 sustancias químicas de carácter más o menos nocivo, sustancias que se han sacado al mercado y se han comercializado sin ninguna, o mínimas, medidas de seguridad” (p. 26). El principio de precaución, sobre el que él mismo autor apunta reflexiones de enorme interés y nada triviales, brilla por su ausencia.

RFD nos regala además importantes hallazgos terminológicos y conceptuales que no son exquisiteces marginales sino que permiten pensar políticamente, y de forma novedosa, lugares o situaciones más o menos conocidos. RFD habla, al comentar la perturbación de la biosfera por este sistema infernal, este nuevo sujeto del Apocalipsis, de “golpe de Estado biológico”. Otro ejemplo más: no nos debería ser difícil imaginar la cantidad de materiales, sobre todo de carácter estratégico, que los artefactos que rodean las acríticamente denominadas nuevas tecnologías (iPods, MP3, playstations, iPads, kindles, cámaras electrónicas), “aunque normalmente se oculte este lada oscuro de dichas tecnologías” (p. 89). No deberíamos olvidar “la cacharrería electrónica sistemáticamente infrautilizada y cada día más obsolescente, requiriendo en general de pilas altamente contaminantes para su funcionamiento, cuya producción y reciclaje genera también serios problemas ambientales” (p. 89).

No hay en todo caso condena o leyes inexorables que nos conduzcan a la destrucción anunciada. RFD cierra su libro hablando de escenarios posibles que se abren a corto, medio y largo plazo. Estos escenarios dependen de múltiples factores. Entre ellos, “de la capacidad de resistencia y transformación social de las distintas sociedades humanas, frente a unas estructuras de poder que sucumbirán muy probablemente también en el medio y largo plazo como parte de una civilización que se agota” (p. 100). Estos procesos no son lineales: pueden alumbrar barbaries y regresiones sociales sin precedentes, pero también pueden dar pie a nuevas construcciones sociopolíticas y culturales que “deberán establecer forzosamente nuevas relaciones con el entorno y en el interior de si mismas, si es que pretende subsistir”. Nos va la vida en ello. RFD no se equivoca cuando señala que los dinosaurios peor adoptados para subsistir en los nuevos escenarios que se están abriendo ante nuestros ojos serán las megalópolis mundiales, esos sistemas de miseria y desigualdad de las que nos ha hablado Mike Davis, esos organismos caóticos e inhumanos que hoy, puerilmente, nos deslumbran con su aparente poderío y fulgor.

En 1979, Manuel Sacristán, aquel enorme ecologista avant la lettre al que ates nos referíamos, habló de la tarea que habría que proponerse para que “tras esta noche oscura de la crisis de una civilización despuntara una humanidad más justa en una Tierra habitable, en vez de un inmenso rebaño de atontados ruidosos en un estercolero químico, farmacéutico y radiactivo”. Ramón Fernández Durán lleva décadas, cuando tantos han desistido, empeñado incansablemente en esa ingente tarea, en el necesario esfuerzo por alumbrar una humanidad más justa en una Tierra habitable. Con un excelente y contagioso sentido del humor, uno de nuestros ecologistas y activistas más admirables y queridos ha ido en serio, sigue yendo en serio. El Antropoceno es un ejemplo de ello. ¿A qué esperan para sumergirse en él?

 

Reseña publicada en Rebelión.org, abril 2011

 

  El Antropoceno

13/04/2011 10:54:48
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