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Maroto, la guerra civil y el presente

Por Miquel Amorós

Ante todo quiero explicar el título de Maroto, el héroe que lleva mi repaso por el anarcosindicalismo andaluz del periodo republicano enfocado desde Granada y encarnado en la figura de Francisco Maroto. Mientras que en Europa las esperanzas de una revolución proletaria se esfumaban ante las murallas del fascismo, del nazismo y del estalinismo, privando de sentido a la época y a las personas de identidad social, en España la lucha de clases ofrecía horizontes optimistas. Se podía decir que era el único país donde todavía quedaban héroes. Héroes de la clase obrera en el sentido homérico, seres capaces de adoptar el destino del proletariado como suyo, de afrontarlo con firmeza y determinación, y de mantener sus ideales con humanidad y nobleza. Maroto fue uno de ellos, y como tal forma parte de la épica obrera, tan maltratada en la actualidad, tan atravesada de olvidos voluntarios, exclusiones calculadas y deformaciones aviesas, las señales inequívocas de la derrota. Pero me interesó más ese otro tipo de heroicidad que corresponde al derrumbe político e ideológico de las masas proletarias, a la muerte de la esperanza revolucionaria, al drama de la derrota anunciada. El héroe afronta la adversidad --nombre que lo cubre todo, desde la conspiración contra él de las fuerzas reaccionarias de su mismo bando a la ineptitud y burocratismo de la propia organización—de otra manera, buscando fuerzas en su interior, conservando la integridad ante envidias y corruptelas, para por fin superar al sufrimiento moral de la cárcel, el juicio y la marginación con entereza.

El encarcelamiento de Maroto en febrero de 1937 fue el gran escándalo de la revolución española, que pronto se vio prolongado y ampliado con los hechos de Vinalesa, las barricadas de mayo y la disolución del Consejo de Aragón. Transcurrido un año desde la victoria parcial de los obreros contra los militares sublevados, pocas conquistas proletarias quedaban en pie, y la contrarrevolución enarbolaba sus emblemas tanto en el lado faccioso como en el republicano. El periodo revolucionario y antifascista fue cancelado y la CNT pasó a luchar «por la independencia nacional» y la república burguesa. Maroto fue nuevamente a prisión, y esta vez para lograr la libertad no pudo apelar «a mis hermanos los anarquistas» Dependía de un aparato burocrático centralizado, cuyo Comité Nacional era esclavo de sus deseos de entrar en el gobierno; la buena voluntad de las bases le servía de poco, sometidas como estaban a las consignas de arriba, desconcertadas pero disciplinadas. Para un burócrata no existen más héroes que los muertos, cuyo recuerdo manipulado resulta útil para sancionar las renuncias y fomentar la demagogia triunfalista. Entonces el verdadero héroe es aquél que sobrevive conservando el sentido común cuando todos los pierden, permaneciendo fiel a las ideas cuando el oportunismo y la intriga son la norma, encontrando un camino coherente para la acción cuando los referentes y las diferencias de régimen se difuminan. Maroto fue también esa clase de héroe, mucho menos abundante, compuesta por quienes no se plegaron «a las circunstancias» y mantuvieron con inteligencia y valentía moral sus criterios aun en la situación menos favorable.

El libro está escrito, como todos  los que he publicado, desde el punto de vista de los vencidos, y por lo tanto, no acepta de ningún modo que la memoria de las revoluciones forme parte del botín de los vencedores o de sus herederos, ni que sea propiedad de quienes desde el realismo burocrático contribuyeron a su derrota. Mi anterior libro «La Revolución Traicionada» tuvo que padecer por eso desautorizaciones y saqueos de la gentuza que trabajando para el poder, para cualquier poder, real o imaginario, no admitía más memoria que la que justificando la derrota pasada, consagrara el presente o la ausencia de presente. De esta forma, el pasado ha sido convertido en receptáculo de pretendidas causas objetivas –aislamiento internacional, ausencia del partido dirigente, reestructuración capitalista, violencia obrera, desunión republicana, etc.—que tratarían de erigirse más que en leyes, en tópicos del devenir histórico por lo que a la guerra civil española se refiere. En lo que concierne al libro que presentamos, éste, ya antes de ser publicado, ha sido objeto de un descarado plagio firmado por un tal Francisco José Fernández Andujar, que, habiendo tenido acceso a un borrador, no tuvo empacho en confeccionar una deyección que fue publicada en «CNT» números 372 y 373. Maroto recuperado, librado de contradicciones y vuelto al redil de las figuras ejemplares del anarcosindicalismo contemporáneo. Los muertos no están seguros ni en sus tumbas anónimas. Los esbirros se empeñan en volverlos inocuos, perecederos, olvidables. Y es que la restitución completa de su memoria cuestiona no solamente la victoria del vencedor, su precio en sangre, sino que saca a la luz la responsabilidad material en la derrota de los dirigentes del bando perdedor. Rompe esa alianza natural entre todos por la neutralización del pasado.

La historia de los vencidos no es el pasado, es un parte del presente. Lo ilumina como acumulación de catástrofes, como suma de ruinas, como montaña de errores, crímenes y traiciones, de forma que impide su legitimación. «Pasarle a la historia el cepillo a contrapelo», como decía Walter Benjamín, consiste en mostrarla tal y como relumbra en el momento la dominación, la sumisión y la adaptación tratan de usarla como instrumento. El historiador que trabaja para los vencidos, que busca la clave de la historia en sus rangos, no encubre nada, no se complace ante nada, no se conforma con nada; simplemente deja patente el conflicto aún por resolver y lo devuelve al presente. Los muertos nunca están muertos del todo a pesar de lo que pretenda la seudocrítica historicista y es que las revoluciones no se dejan historiar con facilidad por los mercenarios, con o sin título de historiador. Hay algo que no encaja bien, y a medida que ponemos nombres y apellidos, encaja cada vez peor. Son irremplazables y el vacío que dejaron nunca lo llenaran los responsos filisteos ni las interesadas apologías. No se dejan convertir en relato, ni siquiera recurriendo al plagio. La única solución es el silencio, que es exactamente lo que hemos venido a turbar.

Las cicatrices de la derrota nunca han de curarse, pues su imperdurable presencia es la mejor prueba de solidez del compromiso contra la barbarie. Maroto, el héroe escarnecido y fusilado, vive para fustigar la buena conciencia esclava de todos aquellos que creen que la mutilación de la memoria es el mejor método de conjurar la brutalidad del poder, y que el olvido es el mejor bálsamo para curar las secuelas del horror, que, convenientemente maquillado, subyace agazapado en los fundamentos de nuestras instituciones. La libertad no arraigará jamás en una sociedad levantada sobre fosas de supliciados.

 

Texto leído por Miquel Amorós en el Ateneu Llibertari l'Escletxa de Alicante, el 24/09/2011

 

  Maroto, el héroe

18/10/2011 15:43:49
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