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La crisis que viene pone de manifiesto que no hay nada más político que la economía 


Albert Puig Gómez (Profesor de Estudios de Economía y Empresa de la Universitat Oberta de Catalunya)

apuiggo@uoc.edu

La principal tesis de este «pequeño libro», de muy recomendable lectura, es que la actual situación de crisis económica está gestando una inevitable crisis social. Es lo que los autores llaman la «crisis que viene» [1]. El título del libro muestra el pesimismo de los autores y lo transfiere a los lectores poniéndoles de manifiesto que lo peor está por venir. No obstante, este pesimismo se matiza en diferentes momentos del libro al plantear la necesidad de reactivar aquellas luchas sociales que aspiren a revertir el actual modelo de reparto de la riqueza como mecanismo colectivo de hacer frente a la crisis económico-financiera actual. Para situar las dimensiones del conflicto social siguen un esquema sencillo pero preciso, repasando, en primer lugar, las principales líneas ideológicas que utilizan los gobiernos, los economistas ortodoxos y la mayor parte de los medios de comunicación, para justificar las políticas que favorecen a las distintas elites capitalistas: rescates bancarios, recortes de derechos sociolaborales y del gasto público social, cuestionamiento de los sistemas públicos de pensiones, etc. En segundo lugar, hacen emerger los efectos de la crisis que por no pertenecer a la agenda política oficial permanecen ocultos como la creciente polarización social, la crisis alimentaria o la crisis ecológica. Y, finalmente, establecen algunos de los elementos que configuraran la crisis social, posiblemente el elemento más novedoso del libro.

Las ideas «fuerza» más destacables de los dos primeros apartados del libro, o al menos las que mayor interés han despertado en mi, son los siguientes:

(1) Los modelos económico-matemáticos, al simplificar hasta el absurdo la realidad, pierden su capacidad de análisis y predicción. El razonamiento me recordó al celebre artículo del Profesor José Luis Sampedro El reloj, el gato y Madagascar, publicado ya en 1983, en el que se compara el método de análisis en tres tipos de estructuras, una física (el reloj), una biológica (el gato) y una social (Madagascar) para llegar a la conclusión que la última no es divisible por piezas y, por lo tanto, no se puede analizar de igual modo que las otras dos, las cuales al tratarse de ciencias más «puras» permiten compartimentar los objetos de estudio y, por lo tanto, la aplicación de métodos matemáticos.

La lectura de este planteamiento me llevó a revisar los artículos publicados entre 2005 y primera mitad de 2007 en el Journal of (la revista académica de mayor prestigio en el ámbito de las finanzas, con un factor de impacto de 6,52 en los últimos cinco años) para ver si encontraba alguno que anticipara, al menos en alguna medida, la crisis financiera que se desencadenó en verano de 2007 con la crisis de las subprime. Y ciertamente no encontré ninguno. En cambio, algunos «panfletos» y manifiestos, que para el establishment seguramente tienen escaso valor académico y científico, sÍ anticiparon bastante correctamente lo que iba a suceder como consecuencia de la elevada desregulación y liberalización de los mercados financieros y de la mala gestión de los riesgos que se derivaba de la misma.

(2) Nada asegura que los beneficios empresariales obtenidos tengan porque acabar necesariamente en inversiones productivas. Uno de los «mantras» más repetidos por los economistas neoliberales es que es necesario liberar recursos en forma de beneficios para que sus propietarios los puedan utilizar en forma de inversión y, consecuentemente, crear riqueza y puestos de trabajo. Pero más de treinta años de políticas neoliberales cuyo resultado ha sido un aumento de los beneficios empresariales -y una disminución de los salarios reales-, no han sido suficientes para volver a posiciones de pleno empleo como las que gozaron los países occidentales durante las décadas de los años cincuenta y sesenta del pasado siglo. Al contrario, nos han conducido a la mayor crisis económica de los últimos ochenta años.

Esta constatación rompe con aquella falsa “verdad” tantas veces repetida de que si los empresarios no obtienen suficientes beneficios no se genera empleo. Y además confirma que el estado natural del capitalismo es la crisis y que los períodos de pleno empleo son históricamente la excepción.

(3)Las políticas neoliberales son la respuesta del capital a la bajada de la tasa de beneficios durante los “años gloriosos” del capitalismo.

En línea con lo que planteó el Profesor David Anisi en diversos trabajos a lo largo de la década de los noventa, algunos de ellos recientemente recopilados por los profesores Rafael Muñoz de Castillo Llorente y Fernando Esteve Mora en la antología Economía contracorriente [2], los autores del libro reseñado constatan que el aumento de los salarios reales y de los salarios indirectos obtenidos por la vía del Estado del Bienestar, especialmente en Europa Occidental (pensiones de jubilación, prestaciones por desocupación, asistencia sanitaria universal, educación pública, etc.) durante las décadas de los cincuenta y sesenta derivaron en una tendencia decreciente de la tasa media de ganancia del capital.

Para «reconducir» la situación, la clase dominante del sistema, fue creando, por un lado, un nuevo entorno competitivo –la llamada globalización- que «exigía» a las empresas de los países desarrollados disminuir sus costes de producción a través de la reducción de los salarios y, por otro lado, un progresivo cuestionamiento del Estado del Bienestar, con diferentes argumentos según convenía en cada momento, tanto en lo referente a los ingresos (por ejemplo una fiscalidad progresiva, etc.) como a los gastos, algunos de los cuales son vistos como potenciales fuentes de obtención de beneficios (sanidad, pensiones, educación...).

Y efectivamente, a partir de los años ochenta se produce el cambio de tendencia, aumentando progresivamente la participación de los beneficios en la distribución primaria de la renta y disminuyendo la de los salarios.

En el tercer apartado del libro es donde, en mi opinión, se presentan las aportaciones más novedosas y atrevidas del trabajo; especialmente dos:

(1) En los últimos años se han multiplicado los ejemplos de gobierno a partir de la «guerra entre pobres». Un ejemplo claro de ello se ha dado en la gestación de la última reforma laboral aprobada en España (2012) en la cual se ha pretendido oponer los intereses de los trabajadores fijos a los de los temporales, con argumentos basados en la “insolidaridad” de aquéllos que gozan del «privilegio» de tener un trabajo fijo (más aun si se hace referencia a los funcionarios). El objetivo no era otro que igualar por abajo, asimilando las condiciones de trabajo de la mayoría a las de los trabajadores con condiciones más flexibles y precarias. Además, el libro observa muchas más líneas de fractura: responsables contra irresponsables, parados involuntarios frente a vagos recalcitrantes, emprendedores (y autónomos) contra asalariados acomodados, nativos frente a inmigrantes, etc.

Incluso las reformas de las pensiones, ajustadas a los intereses de los mercados financieros, también han necesitado de una fuerte retórica de enfrentamiento. En este caso, entre generaciones. Con el argumento de un supuesto conflicto demográfico planteado en términos de proporción entre jóvenes y viejos, se dice que con el sistema de pensiones, tal y como hoy está organizado, los jóvenes tendrán que soportar el mantenimiento económico de una horda de ancianos, residuo de una etapa en la que se ponían en peligro las cuentas públicas con toda alegría. De esta manera, se plantean «enfrentamientos» en los que los jóvenes son acusados de vagancia e indisciplina (se les llama la «generación ni-ni») mientras que a los de la tercera edad se les acusa de un permanente «abuso» de los servicios públicos, especialmente del sistema de salud, culpables del colapso de la factura farmacéutica, los consultorios y las listas de los hospitales.

(2) La emoción dominante –e interesada- en los años de crisis es el miedo. La crisis es el tiempo del miedo: a perder el trabajo, a no encontrar empleo, a ser expulsado, a no renovar la residencia, a ser robado, a los otros, a amenazas indefinidas o inconfesables, a casi todo. La incapacidad de articular respuestas eficaces a los ataques sobre los derechos laborales y sociales aparece siempre anclada en el miedo.

Debajo del miedo yacen décadas de individualización, de continua desestructuración social, de una institucionalidad política con poco arraigo en el cuerpo social.

Los «aparatos» del gobierno saben utilizar y manipular este miedo como explicación del propio malestar, generándose unos resentimientos que no son más que la forma compartida por determinados grupos sociales de expresar el malestar y la fragilidad que provoca la crisis, pero esta vez dirigida en forma negativa hacia un «otro» que se considera responsable, directo o indirecto, de la propia frustración. El resentimiento coloca a los individuos en una posición de «víctima» de un maltrato o de un trato injusto, pero no exige mecanismos de explicación complejos.

En síntesis, este libro pone de manifiesto que la única manera de entender la crisis es incorporando su componente política, haciendo buena la expresión de que «no hay nada más político que la economía». Por ejemplo, basta identificar los beneficiarios de las medidas tomadas para saber quién está al mando de la Economía.

Notas

[1] Traducido al catalán como Els frans de la crisi. Cinc maneres de no entendre res, Virus editorial, Barcelona 2012

[2] Ver la reseña de Jordi Roca en el n.º 11 de la REC

 

Reseña publicada en la Revista de Economía Crítica n.º 13, primer semestre de 2012

 

Els fraus de la crisi

05/06/2012 10:17:00
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