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La cara oculta de la luna económica

 
Por Félix Soria
 
El palabro convivencialidad, según la acepción que le otorgó Iván Illich (Viena, 1926-Bremen, 2002), es la virtud que deberían tener los instrumentos y bienes que hacen posible la vida cotidiana (desde los medios de producción hasta las infraestructuras y, por extensión, las instituciones, los agentes económicos y las entidades sociales) para promover y garantizar el desarrollo y la autonomía personal de los individuos: «Convivencial es la herramienta, no el hombre», Iván Illich dixit.
 
En principio, la convivencialidad puede ser descrita como una condición, un criterio o un principio ajeno a la economía; acaso aleatorio y simplemente tangencial. Pero es mucho más y, por tanto, también afecta a la economía.
 
Se trata de la aportación más directa que hizo el genial pensador centroeuropeo en asuntos sociales vinculados a la economía y a la gestión de lo público. Esto, unido al escenario socioeconómico de la Europa actual --en especial el de los países periféricos de la Unión-- convierte en oportuna y merecedora de aplauso la iniciativa de la editorial Virus de reeditar La convivencialidad y hacerlo precisamente ahora y aquí.
 
Teniendo en cuenta el contenido de otros ensayos de Illich (La sociedad desescolarizada, 1971; Energía y equidad, 1974; H2O y las aguas del olvido, 1985, o En el espejo del pasado, 1992), este libro es solo una parte del planteamiento global que hace Illich, que en rigor diseñó un proyecto que abarca desde la filosofía hasta la enseñanza y con el que, en definitiva, aboga por una transformación cultural, social e inevitablemente, también económica.
 
Para poner un ejemplo fácilmente comprensible si de economía se trata, muy probablemente bastará una frase del propio autor referida al campo de la energía: «La llamada crisis de la energía encubre la contradicción inherente al hecho de pretender alcanzar al mismo tiempo un estado social basado sobre la noción de equidad y un nivel cada vez más elevado de crecimiento industrial».
 
Contradicción radicalmente económica que es insuperable, salvo que el sistema diera un giro de 180 grados y asumiera la convivencialidad; entendida en este caso como un criterio guía que informa, básicamente, de que todo lo que hace posible la vida cotidiana --incluidas las cosas propias de la economía-- debe estar al servicio del hombre, en lugar de diseñar y utilizar instrumentos que atienden objetivos ajenos a él --tanto si estos son impuestos como si son aceptados implícitamente por la inmensa mayoría; a la postre, las gentes acostumbran a dar por sentadas verdades que no lo son y soluciones que al paso de un tiempo se revelan falaces.
 
Dicho de otro modo, Illich plantea, entre otras, esta cuestión: ¿Por qué es el hombre el que está al servicio de los objetos (bienes, servicios) y de los instrumentos (empresas, instituciones)?, ¿por qué el hombre, desde la infancia (en el colegio) hasta la madurez (en el trabajo, sea productivo o creativo) actúa siguiendo la lógica de los objetos y el interés de los instrumentos, en lugar de adaptarlos a sus necesidades y a sus anhelos?
La convivencialidad es una virtud o, si se prefiere, un criterio ajeno a la ciencia económica, pero también económico. No en vano, leyendo La convivencialidad se abren interrogantes que no solo cuestionan decisiones privadas o colectivas (gubernamentales) en materia económica, sino que el lector se ve obligado a cuestionar la lógica de los objetos y de los instrumentos que marcan su vida.
 
Un libro que ayuda a entender por qué las mujeres de la foto que acompaña este texto podían ser más «felices» que los obreros de la más tecnificada empresa actual. ¿Por qué?

Reseña publicada en La Voz de Galicia, el 24 de abril de 2012

 

 

  La Convivencialidad

24/04/2012 16:12:12
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