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La aventura libertaria

Por Violeta Serrano

El 25 de mayo pasado murió en Barcelona, la ciudad que lo había visto nacer en 1931, el poeta anarquista Jesús Lizano. Su obra fue tan profusa que la edición que llegó a hacer Esther Tusquets en Lumen, Lizania. Aventura poética, que abarca su producción hasta el 2000, tiene más de 1700 páginas. Y no sólo siguió escribiendo. Además, buena parte de su obra se puede descargar por Internet. Su vida marcó un viraje del cristianismo y el comunismo al credo ácrata, y el propio poeta se consideraba un marginal en el ambiente literario a pesar de los numerosos reconocimientos de críticos y colegas –a los que por más de veinte años les dirigió unas “Cartas al poder literario”– y la respuesta del público a sus siempre picantes apariciones. Jesús Lizano fue un poeta de la libertad en acto y palabra cuya obra vale la pena comenzar a recorrer aun después y a pesar de su muerte.

“¡Un momento!, ¿acordaos, eh? Que tenéis que repetir todos verso por verso, palabra por palabra, con mi entonación, en voz alta y a la vez”, dijo. E, inmediatamente después, comenzó a recitar desde un atril improvisado uno de sus poemas más emblemáticos: “Oda a la mierda”.

Todos los presentes, salvo uno, siguieron el juego, como si estuviesen llevando a cabo un rezo grupal, una oración ácrata dictada por un poeta al que no parecía importarle que en su cuerpo convivieran la barba de Walt Whitman y los ojos inocentes de un becerro que ignora que en cualquier momento lo van a sacrificar. Tras un minuto aproximado de ecos controlados, llegaron todos juntos al difuso amén que proponía el autor de la voz de trueno y decía así: “¡Mierda, yo te saludo!”. Y el coro, tan perplejo como alegre, repitió. Después, hizo lo que se esperaba de él: rugir en un aplauso que siguiera con el show pedagógico.

Era el 19 de enero de 2003 cuando se emitía. Allá, en Madrid, en un estudio de Radio Televisión Española, se había convocado una clase, un aula poética, con Jesús Lizano al frente y la mediación de Fernández Sánchez Dragó. El era el alumno díscolo, el que no repetía los versos. En vez de eso, se dedicaba a mirar encantado el escenario creado, el juego que se desarrollaba en su territorio, previo acuerdo con él. Era el presentador del programa, un escritor y peculiar personaje de la vida intelectual española que, por aquel entonces, se dedicaba a llevar a cabo este formato televisivo titulado Negro sobre blanco en el que pudo entrevistar a Günter Grass, Francisco Umbral y Augusto Monterroso, entre otros. Y aquel día, en medio de una clase irrepetible, también al poeta Jesús Lizano.

Hacía apenas dos años que la mítica fundadora y editora de Lumen, la ya fallecida Esther Tusquets, había accedido a publicar la obra completa: Lizania. Aventura poética (1945-2000). La posibilidad se dio, básicamente, porque ambos eran amigos de juventud y el aprecio era mutuo. El resultado fue un libro de dimensiones pantagruélicas para tratarse de una obra poética: son exactamente 1741 páginas, de tapa dura, con tonos marrones y negros, de aspecto sagrado. Puede parecer ciertamente extraño que una editorial de ese calibre se meta en semejante proyecto cuando el autor era, por aquel entonces, bastante marginal, salvo por algunas excepciones puntuales. Sin duda, el empujón que le dio aparecer en televisión amplificó el impacto de un libro que corría el peligro de convertirse en un fracaso y en una pérdida. Para todos, no sólo para Lumen: Jesús Lizano hipotecó su departamento ubicado en Barcelona para contribuir, en gran parte, a la edición de la antología de su obra. De hecho, Andreu Jaume, crítico literario y actual editor en Lumen, quien estuvo presente en la edición de manera tangencial, recuerda cómo Esther Tusquets insistía en que nunca había conocido a ningún autor con tanta fe y devoción por su propia obra. “Lizano entendía su poesía por acumulación, no era un orfebre del poema, sino un poeta excesivo y volcánico, como su persona. Creo que su poesía cobraba verdadero sentido en su dicción, cuando recitaba”, opina Jaume, quien, hace un tiempo, tuvo que rechazar la oferta de Lizano de publicar la segunda parte de la antología: Lizania. Aventura libertaria. “Le dije que nosotros ya no podíamos hacernos cargo”.

Lizano ha buscado ser publicado de todas las formas posibles, incluso por él mismo: en los últimos tiempos fue la Fundación Anselmo Lorenzo la que se hizo cargo de sus trabajos. Lo cierto es que nada lo detuvo para llegar a su público; ni la soledad, que acabó siendo el motor de todo su recorrido, ni la imperiosa necesidad de concretar su trabajo en la recepción por parte de los lectores. Esta ansiedad, que suele jugar malas pasadas al común de los mortales dejándolos en ridículo, tampoco consiguió prostituir su esencia. Todo lo contrario. Su marginación le sirvió para definir los trazos que, poco a poco, le iba otorgando al protagonista de toda su obra: él mismo.

QUE IDEO TAN NEGRO

“Yo nací gracias al papa Pío XI: mis padres eran primos y, sin su dispensa, mi madre jamás se hubiese casado”, dejó dicho en una entrevista en el diario La Vanguardia de Cataluña hace cuatro años, donde también afirmaba que padecía leucemia. “Me estoy muriendo. Estoy enfermo, agotado... ¡Pero no deprimido!”.

Había nacido el 23 de febrero de 1931, en la misma ciudad en la que moriría el pasado 25 de mayo: Barcelona, sin que saliesen demasiadas notas lamentando su pérdida. El recorrido había concluido y, en el medio del trayecto, un tremendo viaje en el que vida y obra se funden y, no sólo, sino que una filosofía de ideas se desarrolla y emerge en unos versos que empiezan a formarse desde los 14 años. Era de los que opinan que la única forma de escribir poesía es escuchar una voz que dicta con anterioridad al propio pensamiento. Una idea desarrollada con fruición por el poeta leonés Antonio Gamoneda. Sin embargo, el resultado de Jesús Lizano no tiene nada que ver con la obra gamonediana, que se concreta en un filamento anterior acaso musical, en el que las palabras todas contienen un peso de una precisión tal que este último jamás admitiría una publicación de miles de páginas. Si el arte de la poesía consiste, para la mayoría, en pulir y eliminar, la manera de hacer de Jesús Lizano estaba asociada sin embargo a la aglomeración y la repetición con sutiles diferencias. Sólo en la antología publicada por Lumen se registran ya más de una decena de poemas casi equivalentes. En su obra completa, este número aumenta. Y, sin embargo, es cierto que no se puede negar que la poesía de Lizano tiene música. Y técnica. Es verborrágico, pero deja constancia de que es capaz de escribir sonetos de una perfección absoluta –no por casualidad Lizania arranca con esa forma poética–, sólo para después trabajar con el verso libre y los juegos lingüísticos cuyo ejemplo más paradigmático sea, tal vez, “Poemo”:

“Me asomé a la balcona/ y contemplé la ciela/poblada por los estrellos./ Sentí fría en mi caro/me froté los monos/y me puse la abriga/y pensé: qué ideo,/qué ideo tan negro./Diosa mía, exclamé:/qué oscuro es el nocho/ y qué solo mi almo/perdido entre las vientas/y entre las fuegas,/entre los rejos./El vido nos traiciona,/mi cabezo se pierde,/qué triste el aventur/ode vivir./ Y estuvo a punto/de tirarme a la vacía.../Qué poemo./ Y con lágrimas en las ojas/me metí en el camo./A ver, pensé, si las sueñas/o los fantasmos/me centran la pensamienta/y olvido que la munda/ no es como la vemos/y que todo es un farso/y que el vido es el muerto,/un tragedio./Tras toda, nado./Vivir. Morir:/qué mierdo”.

Licenciado en Filosofía, Lizano impartió clases en un instituto secundario un tiempo, hasta que la situación se volvió insostenible puesto que sus métodos poco ortodoxos no encajaban con las costumbres de la institución. Se fue para, más tarde, conseguir empleo como corrector en Vicens Vives, aunque también tuvo ciertos contratiempos al principio porque a su jefe le irritaba que se pasase las horas escribiendo. Lo denunció a su superior y éste, en vez de echarlo, comprendió y le puso un despachito para que hiciera las dos cosas a la vez: corregir y escribir, pero sin importunar a nadie. De eso vivió durante 22 años, en los que se dedicó a ahondar en el convencimiento que intentaba transmitir con voluntad pedagógica en su obra: que la etapa a la que el ser humano debe tender es al comunismo libertario, a la acracia.

UN POETA EN UN SINDICATO

Humanista desde la cuna, Jesús Lizano pasó por distintas fases: cristianismo por herencia, ya que había nacido en una familia de tradición católica, de donde salió dejando de ser creyente y empezando a ser “dudante”. Así llega a su etapa existencialista, que coincidió con la época de la Segunda Guerra Mundial y, al mismo tiempo, con su consumo exacerbado de literatura y cine francés e italiano. Viaja después a Madrid. Es en esta etapa universitaria cuando toma contacto con el Partido Comunista que se acerca, en un punto, a su concepción de la necesidad de eliminar la dicotomía social entre dominantes y dominados. Pero, a su vuelta a Barcelona en los ’70, se da cuenta de que la solución comunista tampoco es válida: digamos que la dictadura del proletariado tampoco lo acababa de convencer como fase ineludible del proceso de cambio. En el momento en que vuelve a su ciudad, la llamada Rosa de Foc, de imponente raigambre anarquista, las cosas están complicadas. El sindicato más importante, la CNT (Confederación Nacional de Trabajadores), que había tenido una fuerza descomunal en la sociedad barcelonesa, se estaba resquebrajando por crisis internas. Allá Lizano se preguntaba qué hace un poeta en un sindicato. Y se contesta que poco. Así que desvía sus intereses hacia los Ateneos libertarios, espacios que afloraban en Barcelona y en los que el amor a la cultura y el conocimiento eran la base fundamental, pues se entendía allí que sin la comprensión de la esencia de la libertad y la responsabilidad, la vida justa no sería jamás posible. Desde principios de los años ochenta Lizano estableció su rutina en estos lugares, siendo un asiduo, sobre todo, del Ateneu Llibertari de Gràcia.

Esa Barcelona libertaria en la que Lizano llegó a decantar su ideal poético ha desaparecido en gran parte, aunque el aroma, si se presta atención, permanece soterrado. Y si se tuvo la oportunidad de escuchar recitar a Lizano en directo, más. Porque así se comprende mejor su evolución ideológica: que el ser humano ha de llegar al Mundo Real Poético, donde no haya sociedad tal y como la conocemos, donde todos actuemos como los mamíferos que somos, donde la inocencia nos conquiste y podamos así escapar de este mundo frenético en el que vivimos y que él llamaba “Mundo Real Político”, dominado por la Pancracia y la lucha por el poder. Si hemos dejado ya el Mundo Real Salvaje, donde habitan las especies que carecen de vida interior, ¿por qué no vamos a pasar a la siguiente fase en la que el único elemento dominador sea la Acracia, es decir, la ausencia de poder?

Sobre esta ternura Lizano erigía versos como éstos:

Caballitos

“Que instalen caballitos/en todas las calles,/que llenen de caballitos las ciudades./Siglos/ llevamos con el invento de feria en feria/sin descubrir su humanísima aventura./Que celebren los novios/su viaje en los caballitos,/de caballito en caballito./Que cada familia tenga sus caballitos,/¡todos en los caballitos!/Que los amigos/hablen y sueñen y discutan/dando vueltas en los caballitos./En ellos celebren sus consejos los ministros,/mientras queden ministros,/y en ellos se reúnan los señores obispos,/naturalmente, revestidos/de señores obispos,/mientras queden obispos./Los pobres subirán para reírse del mundo/y los ricos/¡que suban los ricos a los caballitos/mientras todos los aplaudimos!/¡Y los señoritos!/¡Que suban los señoritos!/Y que acudan todos los solitarios,/todos los vagabundos./Y el congreso de los diputados/será el congreso de los caballitos./Y los empresarios ¡qué risa, los empresarios!/ Que suban los empresarios con los asalariados,/mientras existan salarios./¡Los salarios del miedo!/Y, venga: comités centrales,/mafias, sectas, castas, clanes, etnias:/¡a los caballitos!/Y los músicos con los guardabosques/y el alcalde y los concejales/con las verduleras y los panaderos./¡Viva! ¡Viva!,/gritarán los niños cuando vean/que suben los Honorables./¡Venga, Honorables!:/¡A los caballitos!/Vamos a la ciudad a subir a los caballitos,/dirán los monjes a sus abades./Y los académicos:/ que se reúnan los académicos en los caballitos/y que se cierren todas las academias./¡Ah, si todos los filósofos hubieran subido a los aballitos!/Que instalen caballitos en las cárceles,/en los cuarteles,/en los hospitales,/en los frenopáticos/y que se fuguen todos/montados en los caballitos./Y todos los jueces a los caballitos,/¡venga! ¡venga!: ¡A los caballitos!/¿Y nada de procesos y de sentencias!/¡Ya vale de juzgar los efectos y no las causas!/¡A los caballitos!/Y que todos los funerales/se celebren montados en los caballitos/al paso silencioso y tranquilo de los caballitos./Es la nueva ordenanza,/es el nuevo precepto:/¡todos a los caballitos!/¡La cabalgata de los caballitos!/¡Hacia la confederación de todos los caballitos!/Hasta que todos fuéramos niños...”.

CARTAS AL PODER LITERARIO

Lizano sabía, por supuesto, que no quedaba otra que empecinarse en la tendencia hacia el ideal. Poco más se podía hacer. Poco más, sobre todo él, que vivía marginado, según afirmaba cada vez que tenía ocasión y que reivindicaba a través de sus Cartas al poder literario, que escribió, desde 1981, durante veinte años. En ellas, enviadas a críticos, académicos y autores, denunciaba que la cultura estaba tomada por el poder y que, por lo tanto, su verdad era imposible. Fernando Valls, crítico literario y profesor de Literatura de la Universidad Autónoma de Barcelona, afirma sin embargo que en los maratones poéticos que se realizaron en esa institución entre 1998 y 2000 Jesús Lizano fue uno de los autores más aclamados, a pesar de que habían participado otros notables como Enrique Badosa, Alejandro Duque Amusco, José Luis Giménez Frontín, Esther Zarraluki, José María Micó, Rodolfo Häsler e incluso raperos. Lo cierto es que Lizano tuvo un momento de reconocimiento cumbre en la década de los cincuenta. Recibió, justo después de José Agustín Goytisolo, y antes de José Manuel Caballero Bonald, el prestigioso Premio Boscán por su obra Jardín Botánico (1957). Además, en 1989 y 1992 publicó dos obras en Lumen (Lo unitario y lo diverso y Sonetos, respectivamente) y en 1990 en Adonais: La palabra del hombre. En los ’60 fue incluido en la antología de poesía social de Leopoldo de Luís. Su obra es vastísima y, por decisión del poeta, buena parte de ella puede descargarse de forma libre en la web que aún está activa: www.lizania.net

“Su vida transcurría entre escribir, escuchar música clásica de la que era un gran aficionado y conocedor (Brahms era su favorito) y, por las tardes, solía acudir a encontrarse con amigos y compañeros en lugares como el Ateneu Enciclopèdic Popular (del que era socio) o la redacción de Polémica. Siempre solía hablarnos de su recorrido habitual por las mañanas para comprar la comida del día, y de sus charlas con pescaderas, carniceras, etc. Lo digo así, en femenino, porque el contacto con el sexo opuesto le hacía especialmente feliz”, apunta Jesús Martínez, un amigo y compañero de redacción en la revista anarquista Polémica, editada en Barcelona, en la que Lizano publicaba periódicamente “La columna poética y el pozo político”. Lizano tuvo un hijo, David, quien le dio dos nietos. Fue un hombre casado, pero su matrimonio fracasó. “No tuvo demasiada suerte en su vida sentimental. De esa soledad sí se quejaba”, añade Martínez. “Pero no era una persona triste. Siempre tuvo muchos amigos con los que conversar y reír.”

Jesús Lizano, autor de versos tan simples y contundentes como aquellos que dicen “El capitán /no es el capitán. /El capitán /es el mar”, tramó acciones directas maravillosas. Tal vez la más hermosa de todas tuvo lugar el día de su cumpleaños en 2002, cuando decidió organizar una manifestación poética en Barcelona. “Si la Policía realizó un informe –observa su amigo–, al funcionario que le tocaba describir aquello debió costarle mucho hacerlo.” Lizano citó a la gente en las Ramblas, frente al Teatro del Liceu, y una vez congregadas allí especies de variadísimo pelaje –desde respetables ciudadanos hasta punks “antisistema”–, marcharon todos juntos, con él a la cabeza y una pancarta hecha a mano en la que se podía leer, negro sobre blanco, “Mundo Real Poético”. Su destino era el puerto. Allá Lizano había alquilado previamente una pequeña embarcación llamada Golondrina. Subieron y desde el mar Mediterráneo Jesús Lizano recitó con un altoparlante. El capitán real, encantado con el espectáculo y el círculo de curiosos que los habían rodeado, le hizo un regalo al poeta y amplió el tiempo de alquiler una hora más.

 

 

Reportaje publicado en Página/12, el 16 de agosto de 2015

 

 

08/09/2015 07:32:45
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