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Ramón Fernández Durán: «El fin del petróleo puede dar lugar a un mundo mucho mejor y también a un mundo muchísimo peor»

 

Por Beatriz Calvo Villoria
 

A esta sociedad adormecida en su conciencia por una cultura del despilfarro que transmite una sensación de abundancia ilimitada de los recursos, le empiezan a salir los críticos. Científicos, filósofos, economistas, ingenieros, incluso magnates del petróleo llevan años anunciando la finitud de los recursos fósiles, especialmente el petróleo, del que depende nuestra economía globalizada. Ramón Fernández Durán, ingeniero de caminos-urbanista, antiguo profesor colaborador de la Universidad Carlos III de Madrid, es experto en temas europeos y capitalismo global; es miembro de Ecologistas en Acción y lleva 30 años vinculado al activismo social. Ha publicado recientemente El crepúsculo de la era trágica del petróleo. Pico del oro negro y colapso financiero (y ecológico) mundial (Virus, 2008), que trata uno de los temas energéticos, económicos y geopolíticos más esenciales de la escena internacional. Le hemos preguntado por el supuesto declive energético global que se aproxima, por las claves para entender el porqué de todo ello y por los nuevos escenarios que se abren ante lo que algunos autores señalan como «un punto de inflexión histórico, cuyo impacto mundial sobrepasará todo cuanto se ha visto hasta ahora», algo que «sucederá en vida de la mayoría de las personas que hoy habitan el planeta» (W. Youngquist).

 

¿Qué es el pico del petróleo?

Es el momento a partir del cual ya no será posible poner más crudo adicional en el mercado, por mucho que se hagan nuevas y costosas prospecciones y extracciones, pues habremos consumido ya, grosso modo, la mitad de las reservas globales de petróleo. Eso es lo que sería el peca oil (o pico del petróleo), definido por el geólogo Hubbert en los años 50 del pasado siglo, aplicado a escala planetaria. Distintos analistas (Campbell, Heinberg, Duncan, Brown, etc.) y sitios de internet dedicados a estudiar y alertar sobre esta grave cuestión ya venían anunciando su inminencia en los últimos años, situando muchos de ellos el pico o cenit antes del 2010, o en torno a esa fecha, mientras que los organismos oficiales de los principales Estados lo desmentían, y en todo caso lo retrasaban, hasta hace poco, bastante más allá en el tiempo (no antes del 2030). Pero, en realidad, los máximos hallazgos de reservas se habían
dado en los años 60 del siglo XX, y desde entonces los descubrimientos han ido cayendo en picado, especialmente en lo que atañe al tamaño de las reservas encontradas. Así, en la actualidad, de cada cinco barriles de crudo que consumimos cuatro corresponden a antiguos yacimientos y tan solo uno a los recientemente localizados. Estamos, pues, agotando poco a poco la “despensa” global del crudo. Y, últimamente, hasta la propia Agencia Internacional de la Energía (IEA, 2007) ha reconocido que, al ritmo actual de crecimiento de la demanda de petróleo en el mundo, en el 2012 —o quizás antes— esa demanda ya no podrá ser satisfecha.

En definitiva, nos encontraríamos en la situación de haber agotado, pues, la primera mitad del petróleo convencional, la de mayor calidad, la más accesible y barata, y nos quedaría por consumirn la segunda, la de peor calidad y de mayor coste económico, tecnológico y energético, así como social y ambiental. El primer billón de barriles de crudo se ha tardado en consumir unos 130 años, pero la segunda mitad del petróleo que nos ha legado la Madre Naturaleza quizá podríamos devorarla en unos 30 años, si continúa el ritmo actual de crecimiento del consumo.
 

¿Para cuando cree usted que eso sucederá?

Aunque el pico del petróleo convencional se haya alcanzado en el 2005, y eso ya lo reconoce hasta la propia Agencia Internacional de la Energía, por ahora el pico del conjunto del petróleo, el convencional y el no convencional, todavía no se ha alcanzado y seguramente empiece su declive energético alrededor de 2010-2011, dependiendo también de cómo evolucione la crisis financiera y económica internacional. Existen, pues, dos tensiones distintas respecto al
declive del petróleo: una tensión que lo aleja y otra que lo acerca. Una brusca contracción de la economía mundial, que es lo que está ocurriendo en este momento, hace que haya una menor demanda momentánea de petróleo y una pequeña sobrecapacidad de la oferta. Así se retrasaría en alguna medida el pico del petróleo. Pero, al mismo tiempo, como se retrasaría también la ausencia de inversión fuerte en nuevas prospecciones, debido a la crisis económica y
financiera, eso puede provocar el efecto contrario: acercar el pico.
 

¿Qué tipo de repercusiones puede tener para la humanidad ese pico del petróleo?

Es la primera vez, sobre todo en los últimos 250 años, en que vamos a tener que enfrentar un declive del flujo energético, cuando hay una altísima dependencia de los combustibles fósiles y, en concreto, del petróleo.
Eso va a tener un impacto muy fuerte, porque el actual modelo productivo, urbano, metropolitano, motorizado a escala planetaria es altamente dependiente de los derivados del petróleo, sobre todo en tres ámbitos específicos: uno sería la movilidad motorizada a nivel mundial; el 95% del transporte por carretera, aéreo, marítimo, etc. depende del petróleo, y el consumo supone más de la mitad de la demanda mundial. Nos encontramos ante un talón de Aquiles de la economía mundial, pues sin este eslabón, que es su sistema circulatorio, no puede funcionar.

El segundo sería la agricultura industrializada, que es la que permite en gran medida alimentar a una población mundial de 6.600 millones de personas, más de la mitad de las cuales habita en áreas metropolitanas. Esa agricultura tiene una muy elevada dependencia de los combustibles fósiles; por ejemplo, para mover las cosechadoras, las bombas de agua que van a irrigar los campos de las explotaciones agrícolas, paran llevar esos alimentos al mercado, para hacer posible la refrigeración de los contenedores o en los barcos en que se transportan, etc. Es una agricultura, también,
dependiente de fertilizantes químicos y sintéticos, de pesticidas y plaguicidas, la mayoría de los cuales se
obtienen de derivados del petróleo. Es, pues, otro de los talones de Aquiles del actual modelo.

Y el tercer ámbito sería toda la petroquímica, que necesita el petróleo para gran parte de los productos químicos que utiliza la actividad económica industrializada, sin olvidar la mayoría de los plásticos y materiales sintéticos, imprescindibles también en la actual economía globalizada, y una de las causas principales de la explosión de residuos.

 

No todo el mundo cree que la producción mundial alcanzará pronto su cenit y se habla del enorme potencial de los petróleos no convencionales, como las arenas bituminosas de Canadá o el petróleo extrapesado venezolano; o de que Oriente Medio todavía puede aumentar su producción, o de la explotación de yacimientos ultra profundos, de
perforar las reservas naturales del Ártico o del aumento de la tasa de recuperación de los yacimientos en virtud de mejoras tecnológicas...

Pero de lo que no hablan esos autores es de que esta huida hacia adelante tiene altos (y, en ocasiones, altísimos)
costes económicos, sociales, ambientales y políticos. Costes económicos porque, para seguir garantizando la extracción y procesamiento del crudo convencional restante, y especialmente del no convencional, son precisas unas tecnologías cada vez más complejas y, por consiguiente, unas inversiones cada día más elevadas, sencillamente descomunales, con un elevado riesgo en cuanto a los futuros beneficios que de ellas puedan derivarse. Lo mismo cabe
decir de la tecnología y las inversiones necesarias para el desarrollo de los agrocarburantes, sobre todo de los llamados de “segunda generación” (a partir de materiales celulósicos), cuya obtención y viabilidad económica está todavía por comprobar. Costes sociales porque la búsqueda de crudo en las áreas más remotas del planeta está incidiendo abiertamente en comunidades indígenas y campesinas, alterando sus formas de vida y amenazando su futuro. Y lo mismo podemos decir respecto de la promoción de los agrocarburantes, cuyo desarrollo está poniendo igualmente en cuestión la existencia de comunidades campesinas e indígenas, al ampliar la frontera agraria y fomentar aún más los monocultivos, sobre todo en los espacios del Sur.

Todo lo cual va a incrementar los costes ambientales (y también sus consiguientes implicaciones sociales), porque la extracción del crudo convencional restante, y sobre todo del no convencional, va a tener un creciente impacto ecológico, y va a agravar igualmente el cambio climático en marcha. Lo mismo cabría afirmar respecto a la expansión de los agrocarburantes, que se intentan vender a la opinión pública como la panacea contra el cambio climático (en el caso de la UE, por parte de la Comisión), cuando más bien pueden llegar a agravarlo, sobre todo si se tienen que importar del Sur y transportarlos miles de kilómetros hasta llegar al Norte (según ha reconocido recientemente la propia Agencia de Medio Ambiente de la Unión); no en vano, además, la agroindustria opera a partir del petróleo, y su progresión promueve la deforestación y roturación, eliminando sumideros muy importantes de carbono y destruyendo biodiversidad. Igualmente, su promoción incrementará la demanda de agua en muchas regiones que ya tienen problemas de acceso al líquido elemento (ahondando en una nueva guerra, ya en marcha, por los recursos escasos) y agravará los impactos ambientales del agrobusiness (degradación de suelos y recursos hídricos, entre otros, que se verán recrudecidos también por la expansión de los cultivos transgénicos). Además, los agrocarburantes está siendo una de las principales causas de la agudización de la crisis alimentaria mundial, y lo será aún más en el futuro. Los precios de los alimentos se están disparando (también a causa del fuerte incremento del precio del petróleo), y empieza a haber serios problemas de abastecimiento en algunos países. Como ha comentado Isabel Bermejo, “el coche se ha comido ya la ciudad, y ahora empieza a comerse el campo”.

Finalmente, los costes políticos vendrían derivados de la suma de todos ellos, siendo previsibles crecientes tensiones geopolíticas y militares (ya han empezado también en torno al Ártico, de cara al reparto del crudo de su subsuelo), así como conflictos sociopolíticos intraestatales de toda índole; pero también, como mencionábamos, se desarrollan cada día mayores resistencias a toda esta locura, proliferando además las revueltas motivadas por el hambre en las metrópolis del Sur, lo que está generando ya un verdadero clamor mundial contra la producción masiva
de agrocarburantes.

Los escenarios de consumo energético mundial que nos pintan los distintos organismos internacionales para garantizar el crecimiento “sin fin” son de todo punto inviables, aparte de que alcanzarlos implicaría agudizar los conflictos, desequilibrios e impactos existentes hasta límites difíciles de imaginar, como resultado de la explotación a toda costa de los combustibles fósiles remanentes.

 

¿Han empezado a cambiar ya las políticas globales con relación a la extracción del crudo?

Todavía no hay un debate público abierto al respecto, pues la reducción del flujo energético mundial aún no se ha producido. Además, quiero añadir que diversos analistas advierten de que, en la próxima década, un pico va a arrastrar a los otros dos, produciéndose la combinación de tres picos en uno, pues poco después del pico del petróleo vendrá el del gas (en la próxima década), y algo más tarde el del carbón (a partir del 2030, posiblemente); así como, posteriormente, el del uranio y el del cobre.

En efecto, el gas natural también es un combustible fósil limitado, y eso implica que también habrá un momento de máxima capacidad de extracción. El problema es que ese pico también se está acercando, y que la suma de los picos de gas natural y de petróleo va a coincidir, porque si uno disminuye cada vez más rápidamente, será sustituido en algunas de las actividades por el otro. Y, después, el pico del carbón se verá afectado también por el pico de los otros dos, puesto que éste afectará a su forma de extracción y porque hay determinado tipo de carbón que se sitúa en una determinada profundidad de la corteza terrestre y su explotación no sería ya ni energética ni económicamente rentable, ya que costaría más extraerlo que lo que se va a obtener de él.

El conjunto de los tres fósiles —carbón, petróleo y gas natural— se va a dar a partir del 2010-2020. Con lo cual se iniciaría un declive del flujo energético bastante brusco a nivel mundial a partir del 2015. Eso tiene una enorme trascendencia porque estos tres combustibles fósiles son claves para la generación de energía a todos los niveles y para mover la megamáquina global. Todo esto va a afectar al conjunto de la estructura productiva, tecnológica, territorial e industrial planetariay no es presumible ningún tipo de elixir mágico que permita solventar, con la urgencia que demanda, el hecho de que el 85% de las necesidades energéticas mundiales se satisfagan con los tres tipos de combustibles fósiles. Además, el declive que al principio es suave porque estamos en una especie de meseta, dentro
de poco empezará a ser un declive brusco, lo que estamos viendo por ejemplo en alguno de los yacimientos en los que se ha traspasado el pico, como por ejemplo en el Mar del Norte, donde la extracción de petróleo o de gas natural está cayendo a un ritmo del 7-8% anual acumulativo, y eso es una reducción muy brusca que afectará de lleno al crecimiento económico.

 

¿Son conscientes las políticas globales de esta situación? ¿Se están haciendo los cambios necesarios?

Bueno, por un lado a mí me gustaría resaltar el hecho de que se están impulsando en una medida considerable las energías renovables, sobre todo en muchos países europeos como España o Alemania. Pero hay que decir que las energías renovables que se están explotando de una manera centralizada, con la lógica del actual modelo económico, tan sólo pueden cubrir una pequeña parte de la demanda energética de este modelo productivo, territorial, urbano, metropolitano, motorizado, etc. La energía eólica, por ejemplo, sirve para generar energía eléctrica, pero no para mover coches, aviones, camiones, barcos, etc. Puede cubrir una parte considerable, pero residual, de la demanda energética del actual modelo productivo y territorial. El modelo actual necesita energías que, para ser funcionales, deben cumplir una triple condición: que la energía sea masiva, concentrada y barata, y eso sólo lo cumplen los combustibles fósiles. Por eso las energías renovables demandan un sistema productivo menos centralizado, menos dependiente del transporte, menos globalizado y con una estructura territorial a su escala, con una dispersión de la población en el territorio, como era el modelo territorial hace doscientos años, que concentraba en las ciudades a solamente un 35% de la población.

 

¿Qué piensa de la afirmación de que con la energía nuclear resolveremos el problema?

La energía nuclear en la actualidad sólo garantiza el 7% de las necesidades energéticas mundiales; un porcentaje,
pues, muy reducido. Además, la energía nuclear sólo sirve para generar energía eléctrica, que se utiliza en muchos ámbitos de la producción, pero que no es de utilidad en muchos otros, que precisan otro tipo de energías primarias, en concreto fósiles. Los coches, los aviones, los barcos del mundo se mueven con petróleo y ése es un sector clave.

Por otro lado, hay en el mundo unas 450 centrales nucleares, muchas de las cuales tienen entre 30 y 40 años de antigüedad, y están agotando ya su vida útil; al ritmo de utilización actual, servirían para unos 40 o 50 años más, con un uranio de buena calidad, de mayor concentración. Pero si se construyeran más centrales nucleares, indudablemente el uranio de calidad se reduciría, aparte de que ese material está en algunas zonas del mundo
altamente inestables, lo que crearía, como el petróleo, un problema de carácter político.

Pero el problema principal es que desde 1986, desde Chernóbil, en los países del centro no se ha construido prácticamente ninguna central nuclear. La razón de que se haya frenado el plan de construcción no es otro que el alto coste de la energía nuclear. Sólo ha sido “rentable”, entre comillas, por el enorme apoyo de capital privado; de lo contrario, no se habrían impulsado las inversiones, que son enormemente costosas, aparte de que la construcción de una central nuclear lleva más de diez años. Eso sin considerar otros problemas medioambientales y sociales. En los últimos 20 o 25 años el único lugar en el mundo donde se han construido nucleares ha sido en países de economías emergentes o en algún lugar del Sur: China, India, Pakistán, y, en menor medida, Argentina o Brasil. Siempre con el objetivo adicional, aparte de generar energía eléctrica, de hacerse con la bomba nuclear.

 

¿Y el hidrógeno?

El hidrógeno no es una fuente de energía, sino que es una forma de acumular energía, que es una cosa muy distinta. Hay mucho hidrógeno en el planeta, es un componente del agua, pero hace falta separar el H2 del O, y para eso hace falta la electrolisis y para ésta se precisa energía eléctrica. No es una solución masiva, sino una solución puntual para determinados ámbitos del mercado.

Y podemos decir lo mismo de la energía de fusión, el gran elixir mágico para determinados sectores, pero que no se está planteando como una alternativa viable, porque las necesidades que requiere el reactor que intenta generar esa forma de energía en el sur de Francia, proceso en el que están implicadas las principales potencias mundiales, exige
unas inversiones gigantescas y se piensa que, caso de poder alcanzar la producción y comercialización de ese tipo de energía, con todos los problemas tecnológicos que implica, no sería antes de 2070. Siendo optimistas, se podría decir que no es una alternativa para los próximos 60 años, que es el período en el que vamos a asistir al colapso energético de los fósiles. Las renovables, el hidrógeno y la fusión no serían alternativas factibles, viables y funcionales para la crisis de los combustibles.

 

Entonces, si no hay sustitución,¿qué es lo que hay que sustituir?

Deberíamos caminar hacia un mundo mucho menos industrializado y urbanizado que el actual, sobre todo menos metropolitanizado. Un mundo menos basado en el transporte motorizado y mucho menos globalizado. Es decir, que deberíamos caminar hacia un mundo más relocalizado, basado en economías locales y regionales, y sobre todo intentando revitalizar los mundos rurales e indígenas. Ese proceso de paulatina desurbanización del planeta y reforzamiento de las áreas rurales, es algo muy complejo que no se puede llevar a cabo de la noche a la mañana, sino que es un proceso lento de reorientación. Pero las medidas habría que irlas adoptando ya; en realidad, habría que haberlas adoptado hace mucho tiempo, sobre todo después de la anterior crisis energética, porque cuanto más tiempo pase, más difícil será cambiar el rumbo.

También es verdad que las distintas sociedades del mundo están en condiciones distintas para afrontar esa crisis energética. Las partes del mundo que mejor soporten un colapso de este tipo serán, quizá, los mundos campesinos indígenas, que son los menos modernizados, los menos urbanizados, los menos dependientes del dinero y de los recursos fósiles y los menos globalizados. Aunque hoy parezcan los menos aventajados, ante una situación de crisis de este mundo urbanizado, serán probablemente los que mejor la superen.

 

¿Cuáles son los escenarios que se abren ante este declive?

El fin del petróleo puede dar lugar a un mundo mucho mejor y también a un mundo muchísimo peor. Pueden abrirse caminos muy diversos. Puede dar lugar a un escenario de ciencia ficción, tipo Mad Max, de guerra abierta por los recursos, de refeudalización de las relaciones sociales, de fuerte militarización. Al menos durante unas décadas, será una época de fuerte colapso del modelo global. Pero también esta crisis profunda puede abrir ventanas de oportunidad para transformaciones sociales y políticas considerables.

Yo pienso que se van a dar los dos escenarios. Es decir que vamos a tener que afrontar el colapso del modelo actual, que no ocurrirá de la noche a la mañana y que durará décadas, como ocurrió con otras civilizaciones que sucumbieron por distintos acontecimientos como crisis ecológica, falta de recursos, etc. Creo que aquí también va a ser determinante la crisis ecológica, no sólo la crisis de combustibles fósiles, sino la crisis de los minerales, la del agua, a la que se suma también la crisis ambiental y del cambio climático; es decir, una crisis multidimensional. Es inevitable el paso a unas estructuras sociales y productivas con un nivel de complejidad e interrelación inferior al actual a escala global. Además, las actuales estructuras de poder, estatales y empresariales (en especial, las grandes empresas transnacionales), serán incapaces de mantenerse en pie, pues su desarrollo se basa en un imponente consumo energético.

El colapso llegará poco a poco, creando tensiones políticas muy fuertes, porque la mayoría de los combustibles fósiles mundiales están concentrados entre Oriente Medio y Asia central. La pelea por esos recursos implicaría una crisis muy profunda del actual capitalismo global, que no sobreviviría a esas tensiones. Por eso, los grandes sectores económicos y financieros intentan evitar esa situación para que sea una transición lo más consensuada posible, de ahí la existencia del G-20; pero otra cosa es que se pueda sobrevivir a esas dinámicas de tensión que se van a originar por el declive energético.

Por otro lado, el pico del petróleo y el inicio del fin de la era de los combustibles fósiles pueden significar también la sacudida obligada de las conciencias, que es precisa para iniciar transformaciones en profundidad desde abajo. Se producirá también la aparición de procesos de transformación paulatina social, política, etc., desde abajo. De hecho, creo que eso ya está sucediendo.

Es muy difícil precisar cómo se desarrollarán esos procesos y dependerá también de las decisiones políticas y ciudadanas que se adopten. Es decir, el futuro no está escrito en absoluto, y depende de las medidas que se vayan adoptando. Pero quizás una alerta es el hecho de que a las estructuras políticas actuales, que podrían contribuir a la transición ordenada o consensuada, se les ha ido vaciando de poder ciudadano, han sido progresivamente corporavitizadas, están en manos de las empresas transnacionales y el capital financiero, y harán todo lo posible por defender sus intereses. Hayuna tensión entre la necesidad de una transición justa y sustentable y la necesidad de mantener la lógica del actual modelo que no es en absoluto justa y sustentable. En general, las actuales estructuras del poder político son proclives a estos intereses.

 

¿Hay algún aspecto positivo de este decrecimiento energético?

La adaptación a ese decrecimiento, es decir, a ese nuevo escenario energético declinante, puede ser una oportunidad de oro para caminar hacia otros mundos posibles, si la hacemos de forma equitativa y consensuada, intentando solventar de forma pacífica los conflictos que sin lugar a dudas se producirán (que ya están aquí). El decrecimiento y la transición postfosilista es también la mejor forma de luchar contra el cambio climático en marcha y reducir bruscamente, de verdad, las emisiones de CO2. El mejor sitio donde puede estar el petróleo remanente, las “migajas” de oro negro por las que quieren que nos peleemos, es en el subsuelo. Ése es el verdadero secuestro de carbono, empezar a dejar el crudo bajo la tierra. Aparte de, por supuesto, no abordar la explotación del crudo no convencional, frenar la expansión sin control de los agrocarburantes, reducir el consumo de gas natural y carbón, al tiempo que vamos abordando la transición hacia modelos de sociedad basados en el único flujo energético estable: la energía
solar y todas sus energías derivadas (eólica, hidráulica, biomasa, maremotriz), con carácter descentralizado, en pequeña escala, con control popular y sostenible. Las transiciones de matriz energética llevan mucho tiempo, dos décadas como mínimo, y no son en absoluto sencillas. Pero pasar de una sociedad fosilista a otra postfosilista llevará muy probablemente mucho más tiempo. Ha tardado dos siglos en crearse este monstruo urbano-agro-industrial planetario, y llevará probablemente más de un siglo transformarlo y desmontarlo. Los futuros mundos posibles (o más bien necesarios) serán sin duda (a largo plazo) mucho menos urbanizados, bastante menos globalizados e interdependientes, mucho más localizados, autónomos y descentralizados, sustancialmente menos industrializados, seguramente menos poblados, y con una diversidad y pluralidad de mundos rurales vivos. Como dice Heinberg (2006),
habrá que pasar “de lo más grande, rápido y centralizado, a lo más pequeño, más lento y más localizado; de la
competencia a la cooperación; y del crecimiento ilimitado a la autolimitación”, lo que nos debería permitir caminar hacia sociedades más equitativas y en paz consigo mismas y con el planeta.
 

[Entrevista publicada en Agenda Viva n.º 16, verano 2009. Revista de la Fundación Félix Rodríguez de la Fuente]

 

El crepúsculo de la era trágica del petróleo

02/09/2009 11:51:42
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