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Marc Almodóvar «Un presidente con casaca militar en Egipto puede reavivar la revolución»

 “Un presidente con casaca militar en Egipto puede reavivar la revolución”

Por Trinidad Deiros

Una revolución no se culmina en 18 días, aunque basta ese breve lapso de tiempo para que un pueblo tome conciencia de su poder. Así sucedió en 2011 en Egipto en los días que mediaron entre el inicio oficial de la revolución egipcia, el 25 de enero, y la caída de Hosni Mubarak, el 11 de febrero, dos hitos que liberaron a los egipcios del yugo del miedo, subraya Marc Almodóvar (Barcelona, 1984). Almodóvar, que durante casi cinco años ha vivido la lucha de los egipcios a pie de calle, ha querido reflejar lo que ha sido de la revolución más allá del icono que representó esa plaza de nombre profético: Tahrir (Liberación). De ese propósito, ha surgido una obra rigurosa y bien documentada, Egipto tras la barricada. Revolución y contrarrevolución más allá de Tahrir (Virus Editorial), en la que el periodista describe el devenir de las ansias de libertad, pan y justicia de los egipcios y de la contrarrevolución que ha tratado de imponer de nuevo el statu quo.

En el libro usted describe el caldo de cultivo de una revolución que se llevaba gestando años en un contexto de terrible injusticia social propiciada por las políticas ultraliberales impuestas por instituciones como el FMI con la complicidad del régimen egipcio.

Cuando Mubarak llega al poder, tras la muerte de Anuar el Sadat, reafirma su poder a través de ese vínculo con las instituciones internacionales. En el plano político con la Casa Blanca, a través de la pacificación con Israel, pero, sobre todo, en el plano económico, gracias a un pacto forjado a principios de los noventa con instituciones como el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional (FMI). En el libro se explica cómo el think tank ECES [constituido gracias a una aportación de diez millones de dólares de la USAID, la agencia estadounidense para el desarrollo] empieza a forjar todas esas políticas de liberalización económica que aplica el régimen egipcio de forma cada vez más agresiva. A esto se une que, a partir de 2002, cuando Gamal Mubarak, el hijo de Mubarak, llega a la dirección del Partido Democrático Nacional, la formación política del régimen,  se empieza a hablar de una posible sucesión mientras este proceso se acentúa de una forma agresiva. El resultado es que esas políticas ultraliberales cambian radicalmente el panorama egipcio y precipitan a la sociedad a una fractura enorme. En 2007,  el Banco Mundial concede el premio de “país más reformista” a Egipto cuando el 40% de la sociedad vivía por debajo del umbral de la pobreza y cerca del 25% bajo el límite de la extrema pobreza. Los indicadores macroeconómicos eran alabados por todo el mundo pero cuando veías el detalle de dónde iba ese dinero, resulta que acababa en muy pocas manos.

Tras la revolución, llega la contrarrevolución que se basa, se señala en el libro, en un pacto “contranatura” entre los Hermanos Musulmanes y el Ejército: ¿en qué se plasma ese acuerdo?

Ese pacto se construye antes de la caída de Mubarak porque, de hecho, la contrarrevolución fue anterior a su salida del cargo. Sin embargo, se  hizo  mucho más evidente cuando en marzo de 2011 se celebra el referéndum de reforma constitucional. En ese momento, todo el mundo se estaba apropiando ya de lo que había sucedido en Tahrir. Los militares se presentan como los grandes defensores de la revolución, a pesar de que salieron a la calle precisamente para aplacarla, aunque no dispararon contra la población para no destrozar su popularidad. El culmen de este discurso es cuando asistimos a cómo la policía egipcia empieza a decir que ellos también habían participado en la revolución del 25 de enero, cuando en realidad, ese día, lo primero contra lo que se alzó la gente fue contra la brutalidad policial. Un mes después de la caída de Mubarak se emite una ley para prohibir el derecho a huelga y a manifestación y se renueva la ley de emergencia, normas que van en contra del corazón revolucionario. A la gente que sale a la calle a protestar, con esta contrarrevolución ya en marcha, se les tilda de baltagueya (matones) y a las revolucionarias, de putas. Y los Hermanos Musulmanes participan de ese discurso oficialista; son sus medios quienes difunden principalmente este tipo de noticia. Se produce un ataque a todos los vectores que habían ido llevando a la gente a la plaza Tahrir durante la revolución y, de ese modo,  se arma esa contrarrevolución y se reconstruye el ideario de lo que había sido la revolución. Es cierto que, aunque el pacto entre militares e islamistas es contranatura, pues representan intereses que al menos aparentemente son opuestos,  ha sucedido muchas veces en la historia de Egipto, ya desde la época de [Gamal Abdel] Nasser.

¿Los egipcios creyeron esta retórica que presentaba al ejército como el aliado del pueblo?

Yo distinguiría entre la masa de la población y el cuerpo revolucionario, que no se creyó esta mentira. Sin embargo, una parte de ese cuerpo fue cooptada directamente por los Hermanos Musulmanes y, luego, cuando se produce el golpe de Estado [el 3 de julio de 2013], otra parte del movimiento revolucionario fue cooptado a su vez por los militares. Asistimos entonces a la fracturación del movimiento revolucionario. Con respecto a las masas de la sociedad egipcia, hay que destacar la gran volatibilidad de la popularidad de unos y otros. Los militares, cuando salen a la calle el 28 de enero, son recibidos con vítores pero, cuando tiene lugar la masacre de Maspero, justo antes de las elecciones parlamentarias, su popularidad está por los suelos. Tras las presidenciales, desaparecen de la vida pública, lo que recarga sus pilas. Esto, sumado al cambio más estético que real de la cúpula militar, les hace recuperar su popularidad que, en el momento del golpe contra Mursi, vuelve a estar por las nubes. Con los Hermanos Musulmanes sucede lo mismo. Tras la caída de Mubarak, precipitan el proceso electoral y consiguen la mitad de los escaños en el Parlamento. Cinco meses después, en las presidenciales del verano de 2012, han perdido la mitad de los votos. Por esa gran volatibilidad creo que el proceso de cambio en Egipto no está ni mucho menos cerrado.

Los Hermanos han demostrado tener muchos puntos de confluencia con los militares.

Muchos. Por ejemplo, durante años habían dicho que pactar con el FMI era pactar con el diablo y cuando llegan al poder lo primero que hacen es pedir un préstamo al FMI. Lo que hemos visto es una gran continuidad entre las líneas económicas del régimen de Mubarak, la Junta Militar que asumió luego el poder y el movimiento político que tenemos ahora en el poder. Existe una línea continuista muy clara en materia económica, en materia represiva y en materia de libertades. Es ahí donde se forja ese pacto entre los Hermanos y el Ejército.

¿La ruptura está entonces en la mentalidad de los egipcios? ¿Han roto los egipcios con el miedo?

Completamente. Creo que el gran cambio que se ha generado en la sociedad egipcia tras la revolución es el de la mentalidad y eso es algo que difícilmente se va a poder controlar. El 25 y, sobre todo, el 28 de enero de 2011,  la sociedad egipcia rompe completamente con el miedo en el que habían estado viviendo mayoritariamente desde los tiempos de Nasser. A pesar de que la situación sea ahora involucionista, los egipcios no dejan de saber que en tres años han visto caer dos presidentes, con un empujoncito final de los militares, pero gracias a la presión de la calle. Evidentemente, no se puede esperar crear un movimiento de masas, organizarlo y esperar que tenga éxito al 100% en tres años cuando venimos de lo que venimos. Es pronto para analizar si las revoluciones árabes han triunfado, bien fracasado. Es prematuro hacer un análisis tan taxativo. Para hacer un balance habrá que esperar diez o quince años.

¿Se puede acabar con una estructura de poder cuyo eje es un ejército corrupto que controla la mayor parte de la economía?

Es muy difícil, pero la presión popular puede forzar cambios. Además, la institución castrense no es monolítica. Ha habido intentos de cambio dentro del Ejército que han sido aplastados: hubo militares de rango intermedio y bajo manifestándose en Tahrir. Esos militares fueron detenidos y maltratados en las prisiones militares aunque algunos fueron luego liberados; otros fueron internados en manicomios. El problema es la enorme corrupción instalada. Los rangos altos del Ejército saben que cuando se jubilen van a disfrutar de parte de ese pastel que constituye la recolocación en instituciones civiles y empresariales para gozar de todo ese entramado económico del que dispone el Ejército, un entramado que controla hasta el 40% de la economía del país. El Ejército lo controla todo, el Ejército es el Estado en Egipto.

¿Cómo se produce la ruptura del pacto Hermanos Musulmanes con los militares?

Los Hermanos fueron concediendo todos los privilegios que les pedía el Ejército. Les dieron en la Constitución todas las prerrogativas que reclamaban  y contra las que los Hermanos se habían manifestado. En definitiva, los Hermanos blindan la institución y confían en que con eso y el apoyo de los Estados Unidos, que apadrina el pacto, bastará. Sin embargo, el ejército es el corazón del antiguo régimen, por lo que llega un momento en el que el desgaste político del gobierno de los Hermanos, producido por las políticas continuistas que van estrechando el ahogo económico y social de los egipcios, es mal visto por elementos del antiguo régimen que presionan a los militares para que fuercen un cambio. Los militares se acaban de convencer cuando ven cosas que no les acaban de gustar, como el descontrol en el Sinaí, detrás del cual ven la mano de los Hermanos, algo que yo creo que no es del todo exacto. Los militares parten de esa fobia propia de ciertos regímenes. Lo que aquí sería “Todo es ETA” allí es “Todo son los Hermanos Musulmanes”. Esto genera una fobia que acaba de precipitar el golpe de Estado.

¿Los militares utilizaron las protestas convocadas por el movimiento Tamarrod para dar legitimidad al golpe?

Algunos elementos del antiguo régimen, por ejemplo los medios de comunicación, al igual que algunos capitostes económicos, sirvieron para impulsar este movimiento, que sí tenía expansión popular, porque la indignación contra los Hermanos Musulmanes estaba ya muy presente, pero que fue aprovechado por los elementos del antiguo régimen y por los militares. Además, el movimiento Tamarrod fue creado por un grupo de jóvenes nasseristas y por lo tanto, para ellos, ni la idea de que los militares estuvieran en el poder ni la de que el Ejército pusiera coto a los islamistas les molestaba porque eso fue precisamente lo que hizo Gamal Abdel Nasser. Sin embargo, a partir de junio y julio de 2013, Tamarrod empieza a fragmentarse pues no todos sus miembros participan de ese corazón nasserista. Yo tengo amigos que forman parte de Tamarrod y que están muy tristes por el giro que tomaron los acontecimientos posteriormente. No podemos simplificar ese movimiento diciendo que era un movimiento de nostálgicos del antiguo régimen. Es cierto que había algunos de estos nostálgicos pero también había revolucionarios convencidos que querían expresar su desafección al gobierno errático y monopolista de los Hermanos Musulmanes.

La reacción occidental fue reveladora, con EEUU evitando llamar golpe al golpe

No podían llamarlo golpe pues hubieran tenido que retirar la ayuda militar al ejército egipcio. Pero también el representante de la UE, el español Bernardino León, dijo que no era un golpe de Estado sino “algo más complejo”. A lo que vamos ahora es a una política de hechos consumados; a intentar pasar hoja y que la gente se olvide de todo esto. Si algo ha quedado claro tras el golpe es que los análisis estratégicos para la zona de Washington, su apuesta por el pacto entre militares e islamistas, estaban muy equivocados. Ese pacto no ha aportado la estabilidad y,posteriormente, lo que se ha visto es que los militares han sabido encontrar un punto en el que tienen más controlado a EEUU de lo que Washington creía. Con lo que sucedió con el golpe de Estado del año pasado, EEUU se sintió muy incómodo.

España también ha participado de esa complacencia.

Cuando hablamos de la relación del Estado Español con Egipto, a pesar de que se supone que no había interés en ese país, vemos que España es el tercer socio comercial de Egipto y el tercer importador de productos egipcios, sólo superado por Italia y Estados Unidos. El Ejército español vendió al egipcio el año pasado armamento por valor de 50 millones de euros que, a día de hoy, no sabemos si ha sido utilizado contra los manifestantes. Vemos también cómo la justicia española está protegiendo a la caja negra de la corrupción en Egipto, Hussein Salem, que ha sido reclamado todo este tiempo por la justicia egipcia por incontables casos de corrupción y cuya extradición está paralizando España en virtud de una nacionalidad española que nadie nos explica cómo ha conseguido este hombre. En Egipto, todo el mundo indica que esta nacionalidad está muy vinculada a que Salem abrió la puerta a la explotación del gas en el puerto de Damietta para la empresa española Gas Natural-Unión Fenosa. España tiene vinculación directa y muy cercana con el Estado egipcio; la carretera que une El Cairo con Alejandría fue construida por empresas españolas. Empresas españolas están construyendo ahora los túneles del Canal de Suez y  Repsol tuvo una fábrica en el sur de El Cairo.

El panorama que presenta, con los militares llevando las riendas del poder y tantos intereres económicos y geoestratéticos es desolador. ¿Por qué se declara usted optimista?

Porque sólo llevamos tres años de revolución. Romper esas instituciones totémicas es mucho más complicado. Nos hicieron creer, y para ello hay que volver a la idea de la construcción del imaginario, que la revolución se acababa en esos 18 días por haber hecho caer a Mubarak cuando Mubarak era sólo la cabeza visible de un monstruo, la punta de un iceberg que está muy arraigado. El proceso va a ser mucho más largo.

¿La revolución sigue viva?

Sí, estoy convencido, pero con formas diversas. La imagen ya no es la de la plaza Tahrir, tan icónica y festiva.

En estos tres años, usted describe situaciones que, por encima del drama, son muy humorísticas.

Sí, ha habido situaciones ridículas. El Parlamento mismo se convirtió en una caricatura con un presidente que se pasaba horas mandando callar y sentarse a los parlamentarios. Y la gente lo veía en directo. En realidad, el pacto entre islamistas y militares se produjo para precipitar la transición a través de las urnas cuando aún no se habían satisfecho las demandas de la gente que básicamente eran no pactar con el antiguo régimen y crear un gobierno de transición que liderase el proceso. Estas demandas se las cargaron al celebrar el reférendum de la constitución. Cuando luego tuvieron lugar las parlamentarias, la gente se estaba matando en la calle, 40 personas murieron en un fin de semana y, al día siguiente, los egipcios votaban por imperativo militar según palabras del señor mariscal [Hussein] Tantawi. Ahí se precipitó la vía de urnas con unos partidos que no habían tenido tiempo ni de constituirse.

Y que la gente no conocía.

Sí, por eso ganaron los Hermanos Musulmanes, porque era la única fuerza que la gente conocía. De las urnas surgió un séquito de parlamentarios de los que algunos eran muy cómicos. Luego, para las presidenciales se presentaron como sesenta candidatos de los que uno concurría con un único punto en su programa: la legalización del hachís ¡y con eso se presentaba a jefe de Estado! mientras otro se plantaba delante del Colegio Electoral montado en una Harley Davidson. Sin embargo, detrás de esos aspectos humorísticos, está el drama y el trabajo tan duro que queda por hacer en Egipto.

El expresidente Mursi está pendiente de juicio y la candidatura del general El Sisi a la presidencia se da por hecha, ¿qué pasará si esto sucede?

Pues que ganará, un pronóstico muy fácil, claro. Sin embargo,  esto va a ser un error porque, tanto si renuncia como si no a sus cargos militares, la gente no es idiota y van a ver en primera línea política a una persona que vinculan con los militares. Eso puede desgastar la imagen del Ejército y reavivar el proceso revolucionario. El hecho de que el general Abdelfatah El Sisi, convertido en mariscal pese a que no ha luchado nunca, o más bien lo ha hecho contra su propia población, se presente a presidente y volvemos a tener un jefe de Estado con casaca militar en la misma línea de lo que tuvimos en la Junta Militar, puede  debilitar enormemente al Ejército poniéndolo en primera línea política, sobre todo en una situación económica y social tan frágil. Eso puede volver a agitar políticamente el país. Los egipcios vuelven a tener problemas con los suministros eléctricos, la inflación sigue por las nubes y se anuncian  problemas con el suministro energético. Hoy en día Egipto aguanta por el apoyo de Emiratos Árabes Unidos, Kuwait y Arabia Saudí, que mantienen económicamente al régimen. Si ese dinero deja de llegar, los acontecimientos podrían precipitarse. Yo creo que está habiendo guerras en el estamento militar por la presidencia o no de Sisi. El otro día, un alto cargo del Consejo Superior de las Fuerzas Armadas emitió un comunicado en el que decía que si Sisi era candidato podríamos declarar oficialmente que se había producido un golpe de Estado. Arabia Saudí no es muy proclive a que Sisi se presente mientras que Emiratos Árabes Unidos sí está a favor.

 La situación económica en Egipto es además terrible, peor que hace tres años.

Las políticas económicas que precipitaron la caída de Mursi, la desprotección de la libra egipcia, el fin de los subsidios energéticos y alimentarios y la nueva política impositiva, todo impuesto por la hoja de ruta del FMI, están ahí. De hecho, hoy en día el ministro de economía es uno de los fundadores del think tank ECES, Ahmed Galal. Las políticas continuistas están garantizadas.

 

Entrevista publicada en La Marea, el 6/02/2014

 

 

 

  Egipto tras la barricada

06/02/2014 11:02:55
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