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Cuando el Estado es una mala madrastra

Por Ignacio González Orozco

El sello barcelonés Virus Editorial, con amplia producción en temas sociales, acaba de publicar el volumen colectivo Dejadnos crecer, dedicado al régimen de vida aplicado a los niños y adolescentes que albergan las instituciones de acogida o internamiento. Sus páginas repasan –y critican– la legislación española de menores, el funcionamiento de los distintos tipos de centros de tutela, los usos y abusos que se comenten en algunos de ellos, el impacto de la crisis económica sobre el sistema de protección a la infancia y la problemática específica de los menores migrantes que llegan sin familiares a territorio español.

 

Responde a nuestras preguntas por correo electrónico la coordinadora del volumen, Núria Empez Vidal, antropóloga y educadora social que actualmente trabaja en el Espai Jove, proyecto con jóvenes inmigrados del Ayuntamiento de Manresa.

 

Me cuesta pensar en un muchacho que no pueda ir a llorar a los brazos de su padre o de su madre –o de otro adulto de su confianza– cuando se siente abrumado por algún pesar, y que como respuesta no reciba ese abrazo, aunque a los mayores pueda parecernos que su dolor sea pueril… Debe ser el caso de los menores internados en centros, supongo.

De muchos de ellos, porque también se dan excepciones. Hay centros pequeños, con personal de mucha calidad humana, así que no se puede generalizar; pero aún está de moda hablar de “distancia óptima” o de que un/ buen/a profesional no debe extravincularse. Por otro lado, es difícil tener ese adulto de confianza si se trata de centros grandes con muchos chicos, ya que hay muchos educadores en distintos turnos y no se fomenta la existencia de un adulto de referencia estable.

 ¿Qué tipos de centros de menores existen en España? ¿Qué clase de menor acoge cada uno de ellos? ¿Hay grandes diferencias en cuanto a régimen de disciplina?

 A grandes rasgos, existen los centros de acogida, que es el primer lugar donde va el niño mientras se estudia si se le declara en desamparo. Si se decide por un recurso residencial, de allí se le puede trasladar a un centro residencial de acción educativa (CRAE). También existen los centros de educación intensiva o terapéuticos, para chicos etiquetados con “trastorno conductual”, y no hay que olvidar tampoco los centros de justicia juvenil o cárceles para menores, donde se encuentran confinados algunos de los menores tutelados considerados “infractores”. No se puede generalizar en cuanto a condiciones, hay centros pequeños de trato familiar y macrocentros, depende de la entidad que los gestione y el personal que allí trabaje. Los regímenes de disciplina varían de un centro a otro, aunque, por lo general, los centros terapéuticos o de educación intensiva son los más controladores y restrictivos.

 Como en todo, hay clases. Escribes en Dejadnos crecer que los menores españoles, y también los extranjeros incardinados en el país, van a centros donde tienen mayores posibilidades de socialización y aprendizaje que los menores inmigrantes que han llegado solos a nuestras fronteras.

 Con la llegada de los primeros menores inmigrados que venían solos, y que por lo tanto había que declarar en desamparo, la mayoría de comunidades autónomas –protección de menores está transferida a las administraciones autonómicas– decidieron crear un circuito paralelo de atención a estos chicos, discriminatorio y separado del circuito de atención a los menores autóctonos, que consistía en confinarlos en centros exclusivos para migrados, alejados de los núcleos urbanos, donde solo se mezclan entre ellos. Esta segregación dificulta la socialización en el país de acogida, el sentimiento de pertenencia a un pueblo, ciudad o barrio, y clasifica, etiqueta y unifica a los internos. Este circuito paralelo sigue existiendo y aplicándose en la actualidad.

Con respecto a la problemática de ciertos menores, existe la evidencia de que algunos de ellos desarrollan conductas no ya díscolas, sino violentas hacia su persona y contra los demás, y por diverso origen (en algunos casos son problemas familiares o de socialización, en otros por enfermedades mentales). Ante estos problemas debe actuar la sociedad, aunque seguramente con otros procedimientos.

Mi experiencia me dice que la agresividad y las autolesiones son un síntoma, un síntoma del dolor que ha sufrido o sufre el chico. Hay que ir a las causas. En un mundo insano, reaccionar de manera insana es lo natural. Si un chico tiene problemas de socialización, la solución nunca será el aislamiento, pues lo que necesita son espacios sanos de socialización. Lo que deberíamos cuestionar es el modelo de sociedad que tenemos y buscar referentes más humanizadores, ya que es con el trato humano con lo que las personas crecemos sanas y aprendemos valores como la confianza, la empatía, el respeto. Los chicos pueden resultar incómodos, desafiantes y de difícil trato, pero es en el encuentro entre personas donde se puede marcar una diferencia. El castigo, el aislamiento, las medicaciones solo atacan un síntoma y la mayoría de veces fomentan el odio, la desconfianza, etc. No digo que no se deba actuar delante de una agresión o una autolesión, pero hay que ir más allá, buscar el origen y mostrar modelos alternativos de actuación delante de la rabia, de la frustración que pueden sentir algunos de los chicos.

Tomo datos de tu libro: entre los menores de 12 a 14 años internados en centros de residencia, el 75 % padece depresión; el 70 %, alexitimia (incapacidad para distinguir las propias emociones y expresarlas verbalmente); el 67%, baja autoestima. ¿Por qué?

Me remito a la pregunta anterior, son síntomas de que algo no va bien. Si la sociedad y el sistema no son sanos, las respuestas en los chicos no son sanas. Cuanto más deshumanizado es un recurso, más respuestas adaptativas insanas muestran los chicos.

En las páginas de Dejadnos crecer, pareces desconfiar de la psicología. La tachas de herramienta de sumisión; de reprimir con la excusa de su solvencia científica. ¿Te refieres al gremio en general o a ciertos profesionales?

Me refiero a que los profesionales (yo incluida) muchas veces no somos conscientes de la autoridad y el poder que tenemos sobre las personas con las que trabajamos. Ciertos diagnósticos etiquetantes, sobre todo en la infancia, pueden marcar la trayectoria de un/una niño. Hay que ser prudente y humilde. Hay abuso de poder o ignorancia del impacto que puede tener un diagnóstico basado solamente en el síntoma, en un/a niño concreto/a. Personalmente creo en ciertos profesionales y en una psicología humanista. Mi gran referente es Enrique Martínez Reguera, psicólogo de formación.

¿Se medicaliza abusivamente a los menores internos? ¿Ocurre tanto en los centros para menores extranjeros que han llegado solos como en los demás establecimientos?

Estamos en una sociedad que abusa de los medicamentos, porque ataca mayoritariamente a los síntomas, pero no a las causas. Y eso incluye a los niños en general y a los niños tutelados en particular. En los últimos años se han disparado los niños diagnosticados de TDH (déficit de atención), que se trata con medicación. En los niños tutelados, como consecuencia del estrés y de todo lo que acompaña el estar desamparado y todo lo que ha comportado la separación de la familia, es normal que muestren más síntomas desadaptativos, y aquí es donde la medicina occidental ataca el síntoma con medicación.

Redundando en las preguntas anteriores: ¿qué opinas del trabajo de los psiquiatras del sistema de salud pública, con respecto a estos menores?

El sistema actual se basa en criterios de rentabilidad, entendida por número de casos atendidos, no de situaciones resueltas, con lo cual los psiquiatras tienen muchas veces 15 minutos por paciente. Con ese tiempo, lo que se busca es una medicación que apacigüe el síntoma, pero raras veces se explora más allá.

Hablas de castigos en los centros terapéuticos, como atar al menor durante horas a una silla, algo inconcebible en el siglo XXI, cuando ya no hay pena de galeras.

Hay informes del Defensor del Pueblo referentes al trato dado a los chicos en centros terapéuticos; son centros herméticos, donde solo saben lo que pasa dentro los trabajadores –a quienes se hace firmar cláusulas de confidencialidad– y los propios chicos. Pero, ¿qué poder tiene la opinión de un chico, que además está diagnosticado de trastorno conductual, y sobre todo si es extranjero y ha venido solo y no tiene ninguna red social? Los centros pueden actuar con total impunidad. Y la sociedad mira hacia otro lado, porque es una realidad que incomoda. Cuando diferentes chicos, que no se conocen entre ellos, durante diferentes momentos te cuentan las mismas prácticas, empiezas a darles credibilidad.

No siempre es fácil deslindar el orden de la sumisión. Lo más fácil es dejarse llevar por la comodidad del poder y anular la voluntad de quien se encuentra en situación de inferioridad.

Sí, por eso las personas que trabajamos con personas deberíamos ser más humildes, más autorreflexivas. Porque es fácil caer en el control y el abuso de poder. Primero hay que ser persona, luego ya vienen la formación y la profesionalidad.

Se dice que la cárcel es la universidad del crimen. ¿Otro tanto cabe presumir de los centros de menores? ¿La información y las estadísticas de que dispones, sugieren que estos centros contribuyen a empeorar la situación de sus internos? ¿Se establece una suerte de círculo vicioso entre menores con distintos problemas socioeconómicos que no contribuye a desarrollar sus habilidades sociales?

Es todo muy complejo como para generalizar, lo que está claro es que juntar a un gran número de chicos en situación de desventaja no resulta muy educativo ni normalizador. Las experiencias de centros pequeños, de trato más familiar, son otra cosa. En los macrocentros se juntan chicos con trayectorias vitales muy duras con otros muy influenciables.

Una vez superada la etapa del internamiento (unos mejor que otros), ¿cómo suele recordarla el antiguo interno? ¿La vive como una experiencia traumática?

Depende, la mayoría tienen buenos y malos recuerdos. Si se encuentran en situación de calle, es normal que algunos echen de menos el centro. Hay chicos que tienen buenos recuerdos y que mantienen el contacto con educadores del centro donde residieron, y otros que no quieren ningún contacto ni saber nada de educadores, servicios sociales, etc. Lo que sí está bastante generalizado es que, a medida que se hacen mayores, tienden a esconder el pasado en centros, pues saben que es estigmatizador.

¿Deben sustituirse los centros de menores por otro tipo de atención personalizada, que no rompa su relación con la familia, el centro educativo, etc.?

Deben coexistir diferentes recursos. Está claro que un internamiento sin trabajar la familia, el contexto, etc. no soluciona la situación. Es importante trabajar el vínculo con las familias y apoyar a estas para que tengan las habilidades y los medios para poder criar a sus hijos. Incluso en el caso de los menores que migran solos, apostamos por la mediación familiar transnacional, pues aunque la familia no esté presente, sigue existiendo, y poder trabajar el vínculo de los chicos con sus padres o parientes puede darles estabilidad. Recursos como familias de acogida o apoyo, pueden ser recursos complementarios para mejorar la calidad de vida de los niños y adolescentes. No se trata de unos o de otros, sino de sumar; cuanta más red social tengan, mejor. Y este es un problema que se da en la mayoría de recursos residenciales: se corta con parte del pasado, se cambia de lugar de residencia, es muy dificultoso poder visitar a un chico en el centro, con lo que pierde parte de sus referentes (vecinos, profesores, amigos, etc.). Lo coherente sería intentar mantener esa red social, y apoyarla para fortalecerla y que sea de mejor calidad.

Algunas familias tienen en acogida menores en situación de riesgo. Otras lo harían, pero temen encontrarse con personalidades conflictivas, incluso criminales.

Un chico no es una estadística. Muchos chicos arrastran con ellos carencias, una historia detrás que los puede convertir en incómodos, pero si uno se decide por acoger puede flanquear esta situación. En el fondo, los chicos ponen a prueba porque quieren asegurarse de la incondicionalidad (tú seguirás estando, no me abandonarás). Personalmente, más que hablar de personalidades conflictivas o criminales, yo hablaría de personas en que en un momento dado de su vida pueden haber cometido un delito o han tenido reacciones conflictivas. Las personas nos comportamos de forma diferente dependiendo del contexto donde nos encontremos. Lo que es importante es apoyar a estas familias, que tengan espacios de supervisión, que cuenten con una red social, etc.

En Portugal, Irlanda, Estados Unidos… han salido a la luz historias espeluznantes –y desgraciadamente verídicas– acerca de todo tipo de maltratos y vejaciones a menores en centros de internado con diverso tipo de internos. ¿Las autoridades españolas velan de un modo eficiente para que estos casos no tengan lugar en los centros de menores del país? En caso negativo, ¿qué es lo que hacen mal o dejan de hacer en pro de esta protección eficaz a los menores internos?

Actualmente, al menos en Cataluña, se ha mejorado un poco, ya que el fiscal de menores visita los centros al menos anualmente para supervisar. Pero, aun con estas medidas, es difícil tener un control que evite lo que pasa dentro. No estamos libres de que se realicen maltratos o vejaciones en los centros, aunque quiero pensar que de forma minoritaria. Algunas de las medidas de protección podrían ser las visitas sin aviso previo del Defensor del Pueblo de la comunidad o, en el caso catalán, del Síndic de Greuges, ya que actualmente estas inspecciones se notifican previamente. También inspecciones sorpresa, escuchar a los chicos, etc. El problema es: ¿cómo declaras el desamparo sufrido dentro de la entidad que te está protegiendo de tu desamparo? Cuando el Estado, responsable de valorar tu situación de riesgo como menor, incumple la calidad de la crianza, e incluso permite centros donde se dan factores e indicadores de riesgo con los menores, ¿quién debe valorarlo? Por esto es importante el papel de la sociedad civil. Si estos chicos, en lugar de estar aislados en centros de menores apartados de núcleos urbanos para menores no acompañados, estuvieran en lugares más integrados y normalizadores, sería más fácil detectar si se están produciendo maltratos u otras situaciones; pero si los chicos están aislados, resulta difícil supervisar lo que pasa dentro.

Del control a la indiferencia total. Al cumplir los 18 años, el exmenor sale a la calle y si te he visto no me acuerdo. ¿No tiene ningún tipo de asistencia profesional o de los servicios sociales? ¿No se le busca trabajo? ¿No cobra un subsidio? ¿Sale, literalmente, con una mano delante y otra detrás?

Existen programas y ayudas económicas, en el caso catalán del Área de Apoyo al Joven Tutelado y Extutelado (ASJTET), pero son para una minoría y en un sistema meritocrático, que premia a los chicos que han estado internos bastante tiempo y, además, que han tenido un comportamiento ejemplar. Con lo cual, los chicos más desestructurados son los que se quedan más abandonados. Lo más grave es que la Ley de extranjería, en el caso de los menores que migran solos, les concede un permiso de residencia, pero no de trabajo, con lo cual tienen muchas complicaciones para buscarse la vida y poder renovar los permisos una vez caduquen. El deber del Estado es hacerse cargo del niño hasta los 18 años, y ahí termina su obligación. Por este motivo, una de las críticas que hacemos al sistema de protección de menores es que en la mayoría de los casos no se dan las condiciones para una buena crianza, que incluye una preparación y unas expectativas de futuro.

¿Cómo es posible que un centro de menores cuyo fin es la protección y educación pase a control de una empresa privada, para ser regido según principios de rentabilidad económica?

El desmantelamiento del estado del bienestar viene dándose desde hace años. La gestión privada de los centros no es nueva. Con la crisis, las empresas del tercer sector (que incluyen los centros de menores) han visto no solo recortes en sus presupuestos, sino retrasos a la hora de cobrar. Problemas que repercuten en los trabajadores y evidentemente a los chicos que allí residen.

Si estuviera en tu mano, ¿cerrarías los centros de menores?

No todos. Sí cerraría algún recurso residencial en concreto, como los centros terapéuticos, entre otros, y los centros que no funcionan bien (por ejemplo, los macrocentros). Pero no estoy en contra de que existan centros residenciales de calidad, para niños que temporalmente no pueden estar con sus familias. Si los centros ofrecen una buena crianza, pueden ser un buen recurso. El problema se da cuando no es así.

Y para acabar: ¿qué medidas tomarías para mantener estas instituciones en la senda de su finalidad educativa y de protección?

Apostaría por experiencias pequeñas, centros pequeños incluidos en núcleos urbanos, con la participación no solo de los profesionales del centro sino de la sociedad civil. Valorar primero la calidad humana del personal y luego la profesionalidad. Y velar para que se den las condiciones óptimas para el desarrollo de los internos: ofrecer una buena crianza, dotarles de un lugar de pertenencia y prepararlos para el futuro.

 

 

Entrevista publicada en revista Rambl@ el 12/11/2014

 

 

 

 

13/11/2014 10:39:04
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