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Figura destacada de la Revolución Rusa en el campo anarquista, Volin dedicó los últimos años de su exilio francés a la escritura de «La revolución desconocida», un libro que sólo vería la luz tras su fallecimiento. El propio título nos aclara ya lo que es su leitmotiv y su objetivo esencial, la revelación de aspectos clave ignorados o tergiversados por la historiografía oficial y que resultan imprescindibles para enjuiciar los acontecimientos de 1917 en Rusia.

Vsévolod Mijáilovich Eijenbaum, que adoptó el nombre de Volin en la lucha revolucionaria, nació en la Rusia central en 1882 y acudió a estudiar a San Petersburgo poco antes de que se desencadenaran los hechos de 1905. Protagonista de éstos, Volin se ve obligado a partir al exilio en 1907, y es en París donde cambia su militancia en el partido Socialista Revolucionario por el anarquismo que ya no abandonaría. Sus dotes de periodista, propagandista y orador fueron esenciales en la organización de este movimiento en Francia y Estados Unidos, pero en 1917 regresa a Rusia para unirse a la revolución. Participa después en el movimiento majnovista de Ucrania y conoce las cárceles de la Cheká moscovita hasta que la intervención de sindicalistas europeos asistentes a un congreso del Profintern consigue cambiar su condena por el exilio. Establecido primero en Berlín y más tarde en París, resulta de nuevo un activista fundamental del anarquismo, aunque a partir de 1926 sus posiciones se apartaron de las de sus viejos compañeros Majnó y Arshínov. Volin murió en París de tuberculosis en 1945.

«La revolución desconocida» arranca con un repaso de la historia de los movimientos revolucionarios en la Rusia del XIX, desde la rebelión de los decembristas en 1825. Asistimos así a la irrupción en los años 60 de ese siglo del "nihilismo", moda filosófica de los jóvenes que defienden una huida de los valores convencionales en nombre de la libertad del individuo, y a la cristalización posterior de estas tendencias en grupos de acción política que buscan la emancipación de las masas tiranizadas y en ocasiones no dudan en acudir a la estrategia terrorista. El comienzo del siglo XX está marcado por la industrialización en algunas áreas y por una intensificación de las actividades revolucionarias contra el feroz absolutismo, aglutinadas en torno a dos tendencias principales: los socialistas democráticos, marxistas, que centran su propaganda en las masas obreras, y los socialistas revolucionarios con más influencia entre los campesinos. En esta época, la guerra ruso-japonesa (1904-1905) y la de 1914-18 son detonante de sucesivos eventos revolucionarios.

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