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En Madrid, conocí a un periodista que heredó de su padre un pequeño caudal. Enseguida se instaló en una casa de huéspedes, colgó en el armario todas sus corbatas, se sentó a la mesa delante de una cuartilla, cogió la pluma y escribió: “En la vida de todo hombre hay años perdidos”. Clavó esta divisa en la pared y se acostó en la cama “en serio y para mucho tiempo”. Hace ya mucho tiempo que los “individualistas” gobiernan España, y no es fácil prever cuándo el país se librará de ellos. Ahora acaban de proclamar, seguramente que por distraerse un poco de su tedio, una “República de trabajadores”. ¿No hubiera sido mejor estampar en todos los muros de España esta sentencia: “En la vida de todo pueblo hay siglos perdidos”?»

Ilya Ehrenburg. Vivió una vida fascinante no exenta de polémicas. Poeta y propagandista soviético, Vladimir Nabokov dijo en una ocasión de él que no existía como escritor, pues era «periodista. Siempre fue un corrupto.» Escritor y cronista lúcido de su tiempo, le tocó vivir una de las épocas más descarnadas de todos los tiempos -el grueso del siglo xx- con sus incompresibles y letales guerras mundiales, el genocidio judío y el auge de los totalitarismos, en particular, el que construyeron los bolcheviques sobre las ascuas de la Rusia de los zares. Amigo de Bujarin, con quien colaboró en actividades subversivas en 1905, emigró a una temprana edad a París y trabó amistad con Picasso, Apollinaire y Ferdinand Léger. Trabajó como corresponsal en el frente durante la Gran Guerra y luego regresó a Rusia, pero volvió a partir en 1921, esta vez hacia Berlín.

Cuando estalló nuestra guerra civil, Ehrenburg no dudó en acudir tras la noticia y trabó amistad con Buenaventura Durruti. Durante la segunda guerra mundial, publicó una serie de artículos incendiarios sobre los soldados alemanes en la revista Estrella Roja que avivaron la ferocidad del Ejército Rojo en su conquista del III Reich. Entre 1943 y 1946, trabajó junto con Vasili Grossman en el Comité antifascista judío. Éste fue el origen del Libro negro, obra de ambos, en el que se documenta el exterminio judío en Europa oriental; el libro no fue publicado hasta 1970 y no en Moscú sino en Jerusalén. Al finalizar la guerra, Ehrenburg se convirtió en una personalidad destacada del régimen soviético. Tras la muerte de Stalin, escribió la novela El deshielo (1954), título generado por el proceso de «desestalinización» que se activó en la Unión Soviética.

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