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Una propuesta de sensibilidad radical para rehacer las formas de vida fracturadas

 

 

Por Concha Fernàndez Martorell

La idea de naufragio es una amplia metáfora con la que Juanma Agulles define la situación desesperada en que se encuentra la sociedad industrial y tecnológica contemporánea. La metáfora, que da comienzo y final a la reflexión de lo que está pasando hoy en nuestra sociedad, comienza con una imagen, que nos sobrecoge desde el principio: navegamos a bordo del Pequod, el gran ballenero que ha enrolado a una variada tripulación (representa la diversidad del conjunto de la humanidad), hacia su propia autodestrucción.

Cuando en Moby Dick el capitán Ahah declara las verdaderas intenciones de la expedición del Pequod, afirma que ha dispuesto todos los medios racionales a su alcance para la consecución de un fin irracional.”

A partir de este primer párrafo, que nos sobrecoge porque reconocemos su realidad en nuestro entorno, la metáfora se despliega con una multiplicidad de sugerencias:

  1. La sociedad industrial ha dispuesto una gran cantidad de medios racionales, ciencia y tecnología, para un fin ilusorio: el progreso, el desarrollo, la abundancia.

  2. Enrolados en la búsqueda de este fin, han sido abandonadas y destruidas “formas comunitarias de relaciones sociales, economías de subsistencia y saberes ancestrales”, que nos podrían haber dotado de autonomía para decidir “quedarnos en tierra”.

  3. A bordo del Pequod solo se puede acelerar una actitud frenética para mantener a flote el barco.

  4. Cualquier motín o revuelta es frustrada inmediatamente.

  5. En último término, la única salida consistiría en poner en marcha nuestra imaginación para encontrar la manera de construirnos una pequeña embarcación que nos permita abandonar el barco y afrontar una travesía incierta, pero, cuando menos, “habremos decidido vivir”.

La metáfora es muy sugerente y de ella se derivan otros simbolismos, como por ejemplo:

  • la idea de “navegar” por internet (p. 42), vendida como un acto de libertad, es para Agulles el síntoma de que estamos asistiendo a los “últimos actos del naufragio social”.

  • la intención del autor con este libro “se parece mucho menos a un manual de navegación, que al diario de un náufrago”

  • quiere ser un tributo a la “memoria de los ahogados”.

A lo largo del libro la metáfora va emergiendo y ofreciendo significaciones sugerentes. Pero ya como envoltorio, la metáfora tiene un interés adicional, en tanto que recurso o forma literaria. El uso de la metáfora, como ya señaló Nietzsche, es el único uso del lenguaje que no miente. Es decir, muestra el auténtico ser del lenguaje, su naturaleza simbólica, que la ciencia pretende obviar para hablar de la realidad y de los hechos, cuando no hay hechos, solo hay interpretaciones.

A través de este uso deliberado y evidente de la metáfora, el texto de Juanma Agulles se sitúa en una tradición crítica de la filosofía que asume la imposibilidad de elaborar un discurso científico y verificable que fuera capaz de cuestionar el lenguaje analítico de la ciencia. No tenemos más remedio que “renunciar a ese lenguaje” (p. 20), señala Agulles, porque aunque “la situación es crítica, la crítica no afecta a la situación”, es decir, una “crítica objetiva” es imposible:

  1. No podría abordar las pérdidas que ha provocado la sociedad industrial, porque la función analítica, propia de la ciencia, que trocea la realidad, no es capaz de observarla como globalidad.

  2. Las formas de resistir a la opresión (p. 23) se ven siempre modificadas por el discurso científico y son inmediatamente “administradas” o bien son descalificadas como oscurantismo, al no participar de la ciencia organizada.

El análisis de la forma que envuelve el texto de Juanma, esa gran metáfora, nos lleva de forma natural hacia el fondo de su reflexión y voy a tratar de resumir las ideas que nos propone.

Vivimos, estamos inmersos, estamos, en realidad, atrapados, en un mundo artifical construido paulatinamente, desde la modernidad, desde la industrialización, como un “proyecto de totalización de la determinación tecnológica de la sociedad” (p. 38). La “vida administrada” es este mundo artificial, que pretende gestionar y organizar toda la complejidad social, es decir, pretende someterla a los principios del progreso tecnológico y el dominio del Estado. La “tecnología”, combinación de cientica y técnica, y el Estado son los “dos campos de fuerza” que han conformado la sociedad que conocemos (p. 39). Aquí Juanma Agulles pone todo su esfuerzo por definir la vida administrada bajo estos dos dominios:

El Estado impone la centralización y burocratización de la vida como una necesidad social y justifica su existencia en la necesidad de administrar el “territorio imaginario de la nación”. Al articular y regular toda la organización social se enfrenta a las formaciones sociales más locales, se enfrenta a toda expresión de espontaneidad y se enfrenta a las formas de comportamiento más íntimas del individuo. Todo ello lo hace en el ámbito de una “preocupación pública y de gestión de recursos humanos” y en nombre de “los más altos valores de la humanidad y el progreso social”.

La tecnología, por su parte, instituye el marco en el que cobra sentido todo valor de producción, lo que constituye la riqueza y desarrollo por oposición a lo ineficiente y atrasado. Por ello se enfrenta con todas las formas de creación cuyo sentido escapa a la determinación tecnológica.

Estado y tecnología, expone el autor, determinan la totalidad de nuestra existencia. Cómo lo hacen:

  1. Destruyendo otras formas sociales que no entran bajo la imposición del mundo industrial.

  2. Convirtiendo en mercancía, como decía Guy Debord en La sociedad del espectáculo, toda la vida, la tierra, el trabajo, la comunidad, las relaciones humanas, etc.

  3. El exterminio ha sido la condición indispensable para el alzamiento de esta sociedad.

En este dominio total de la vida administrada, la contestación social o la idea misma de revolución ha sido a su vez administrada, regularizada, organizada:

  • La revolución acaba por significar: más producción, dominio obrero del desarrollo tecnológico, más subsidios, lo que ha significado mayor progreso de la burocratización e industrialización en detrimento de la libertad humana.

  • Una vez culminado el “encierro industrial”, lo que se entiende por revolucionario es “ampliar la extensión del dominio del Estado y la tecnología” (p. 52). Si ha habido un movimiento revolucionario ha sido hacia la totalización del mundo tecnológicamente mediado (p.57). La única promesa de salvación es “hacer más confortable el encierro industrial”, cambiar aspectos superficiales para ocultar las raíces profundas. Esto se manifiesta a diversos niveles:

    1. La fractura entre el ser humano y la vida en la Tierra se oculta con la “gestión medioambiental”.

    2. La ruptura entre el ser humano y su propia conciencia se elude al sumergirlo en un entorno artificial, con mayores y más complejas “innovaciones tecnológicas”.

    3. La ruptura entre los seres humanos se esconde reconstruyendo artificialmente los antiguos lazos, la trama de la vida social, con “ingeniería social” (modernas técnicas de producción cultural, avances tecnológicos al servicio de las “redes sociales” y las “comunidades virtuales”, para regenerar la ilusión de formar parte de algo).

    4. En último término, esta sucesión de fracturas y degradaciones acaban por provocar una transformación de la subjetividad: convirtiéndola en dependiente de las “prótesis sociales”, carente de estabilidad, siempre a la búsqueda de encontrar un lugar. La personalidad del individuo se hace frágil, quebradiza, y, por ello, tanto más expuesta a ser administrada.

  • La situación de “encierro” es tan intrincada que las formas de resistencia, y los movimientos de respuesta, no hacen sino abundar y ampliar las formas de administración y regulación de la vida. Aquí Juanma cuestiona diversas formas de lucha social, desde las utopías modernas, que no solamente han sustituido al gobierno de los seres humanos por la administración eficiente, sino que lo han hecho alcanzando altas cotas de inhumanidad (Lager, Gulag). Por su parte, las luchas sociales por la conquista de mejoras salariales y servicios caen en la paradoja de actuar contra el sistema al mismo tiempo que apuntalan sus ruinas. Una contradicción que observamos a diario cuando determinados sectores laborales exigen su supervivencia en detrimento de bienes sociales o ecológicos. En definitiva, la sociedad industrial ha conseguido que muchas tentativas de resistencia acaben por colaborar en la regulación y administración de sujetos y comunidades… es decir, que se imponga la administración “menos mala” como conquista social.

Ante esta situación crítica, confusa, y, por tanto, susceptible de enorme confrontación, el autor propone, al menos, adoptar una posición. Para definirla se sirve de la distinción establecida por Dwight Macdonald entre radicales y progresistas.

  • Progresistas. Nunca ponen en duda el marco de referencia de la sociedad industrial. Al contrario, tratarán de proponer nuevas regulaciones con la excusa de mejorar las condiciones. Los progresistas propondrán políticas de reactivación del consumo, sobrepondrán más y más legislación y burocracia para la “protección medioambiental”…

  • Radicales. Una sensibilidad radical no se detiene en falsas soluciones, parches, que en realidad profundizan y multiplican la vida administrada, sino que trata de tener una visión global de la organización social; defendería una reducción de la escala, el tamaño, del sistema urbano industrial; reivindicaría formas de trascendencia que permitieran entender la complejidad social. “Se trataría de extender esta sensibilidad según la cual la mediación tecnológica y burocrática tenderían a reducirse, en busca de una vida menos sometida.”

Se acabó la fiesta”

Con este título, realista y crítico, Juanma concluye su reflexión apuntando al momento decadente actual, en el que no sólo estamos asistiendo a la debacle de todas las formas de vida que han sido destruidas por la sociedad industrial, sino que además podemos observar cómo “se multiplican las instancias burocráticas, empresariales y filantrópicas tratando de sacar partido a la enésima “crisis humanitaria”.”

Aquí vuelve a hacer uso de la metáfora o la alegoría, con “el traje nuevo del administrador”, un elocuente símil para señalar que “quien no está al día de las enormes y ventajosas virtudes del traje tecnológico del administrador, de sus cualidades excepcionales para hacernos más felices, es tratado como un idiota”. Quienes si lo aprecian, “ostentan la posición de saber lo que en realidad nos conviene a todos”. Estos son los expertos que tienen por cometido “nuestra adaptación a la catástrofe”, “administrando con pericia los restos de la vida social”.

Para acabar:

La propuesta de sensibilidad radical de Juanma no pretende una vuelta al pasado, sino “rescatar los valores vernáculos” que aún somos capaces de reconocer y conservar, aquellos valores que nos pueden servir para la “tarea de la emancipación”. Se trataría de “religar” aquellas formas de vida fracturadas, desintegradas por la acción de la tecnología aplicada y la administración burocrática.

Frente a los expertos que nos mantienen en una “cautividad indolora”, o lo simulan, se trata de defender el riesgo de una “libertad creativa”.

Volviendo a la metáfora del Pequod, se trataría de fabricarnos pequeñas embarcaciones con las ruinas para adentrarnos valientemente en alta mar en busca de tierra firme.

Interesante, crítico, agudo, el texto de Juanma viene a aportar una reflexión relevante en medio del panorama desolador que nos envuelve. No solamente por lo que él mismo señala, lo que encierra esa vida administrada, sino porque una de las cosas que se han perdido es la valentía de hacer una reflexión global y de crear conceptos para comprender lo que nos pasa.

Me gustaría añadir tres breves propuestas que me han surgido al hilo de la lectura:

  1. Necesidad de crear un lenguaje que nos permita hablar de lo que nos inquieta.

  2. Que cada cual trate de explicar lo que vive y observa desde su puesto, desde su lugar de trabajo, desde su rol, desde su ventana al mundo.

  3. El tono del texto es realmente apocalíptico, pero esa es, en esta situación, la única forma de crítica posible. Como escribió Walter Benjamin: “No nos ha sido dada la esperanza sino por los desesperados.”

 

 

Texto leído en la presentación de La vida administrada, el 11/11/2017 en el Ágora Juan Andrés Benítez de Barcelona

 

 

15/11/2017 13:57:15
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